Tienen las vestimentas azules de civilización de antaño
los hombres vestidos con turbantes con poderoso azul,
existen sin agua y no mueren de sed en el desierto vivo
porque ellos son hijos de los dioses ebrios de la arena.
Bordan sobre la superficie eterna del desierto inmenso
como caracolas que el tiempo ha dejado en sus piedras,
acaricia los destellos de las dunas agradeciendo al aire
al agua del rocío de la noche que apague su sed eterna.
El camello es un hermano en la inmensidad del tiempo
cuando la arena girando en el soplo te torna inhumana,
así me protege de la furia desatada del creador del aire
cuando se arrodilla y se ofrece una sombra protectora.
Somos azules como el bello lapislázuli de reyes etéreos
aliado siempre a su sabiduría de sacar agua de la arena,
cuando este turbante de noche se empapa de roció vivo
que ahoga nuestra sed diaria de la sequedad del viento.
Arena y luz se baten entre la duna hasta oasis de agua
donde su prisa de velar no cubre el alma de su sombra,
su ahijara y el calor de la taza de té adormece el tiempo
donde ese sonido de agua semeja al canto de una duna.
Autor:
Críspulo Cortés Cortés
El Hombre de la Rosa
21 de mayo año 2019