“El que ama a Dios se contenta con agradarlo porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor”, decía el gran San León Magno, Doctor de la Iglesia, cuya fiesta se celebra cada 10 de noviembre.
San León Magno nació en Italia y llegó a ser secretario de los Papas San Celestino y Sixto III, quien lo envió como embajador a Francia para evitar una guerra civil que iba a estallar por una pelea entre dos generales. Estando León en esa zona, por el año 440, recibió la noticia de que había sido nombrado Sumo Pontífice.
Como sucesor de Pedro predicó al pueblo en todas las fiestas y a los que estaban lejos, los instruía a través de cartas. Por ello de él se conservan numerosos sermones y misivas que son consideradas verdaderas joyas de doctrina.
Se dice que su fama de sabio era tan grande que cuando se leyó la carta que envió al Concilio de Calcedonia, los 600
Obispos se pusieron de pie y exclamaron que San Pedro había hablado por boca de León.
En una ocasión los romanos se vieron amenazados por Atila, el líder de los temidos hunos. El Papa salió a su encuentro, logró que no entraran en Roma y que el guerrero retornara a su tierra en Hungría.
Más adelante San León también negoció con otro feroz enemigo de nombre Genserico, jefe de los vándalos, y aunque no pudo evitar que Roma fuera saqueada, el Pontífice sí obtuvo que no se incendiara la ciudad, ni que sus habitantes fueran asesinados.
Durante sus 21 años de pontificado, el Santo trabajó incesantemente por la unidad e integridad de la Iglesia y luchó contra las herejías del nestorianismo (que afirma que en Jesús había dos personas separadas, una divina y otra humana), el monofisismo (que cree que Cristo solamente es divino), el maniqueísmo (que dice que el espíritu del hombre es de Dios y el cuerpo del demonio) y pelagianismo (que sostiene que el pecado de Adán no afectó a su descendencia y no se resucitará por la redención de Cristo).
“Las mismas divinas palabras de Cristo nos atestiguan cómo es la doctrina de Cristo, de modo que los que anhelan llegar a la bienaventuranza eterna puedan identificar los peldaños de esa dichosa subida”, dijo una vez San León Magno, quien partió a la Casa del Padre en el 461.
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