Frente a la vida, las posturas física y psíquica son inseparables. La manera de caminar, la forma de pararse, los movimientos y la expresión corporal pueden decir mucho de una persona.
Sin duda, recuperar la agilidad y la armonía en el andar va mucho más allá de exigirle a nuestra espalda que, obediente, se enderece. El secreto, dicen los que saben, está en modificar la actitud cuerpo-mente.
- “¡Sientate derecho!”, le dice la madre al hijo. El niño intenta y, cuando se distrae con las figuritas, vuelve a su postura habitual. ¿Por qué será que al niño le gusta estar torcido? ¿Quiere desobedecer a su madre o bien su cuerpo le desobedece a él?
La postura es una expresión universal que se tiene frente al mundo; es decir, la expresión del Ser, la respuesta ante un estímulo continuo permanente de la gravedad. El aparato locomotor está compuesto por músculos, tendones, articulaciones, huesos y nervios, los materiales. La cultura, es el medio. Las emociones, finalmente, esculpen la postura bípeda.
Existe una postura ideal inalcanzable en la que hay una conservación de las curvas fisiológicas (cervical, dorsal y lumbar), una correcta alineación de la cabeza con la pelvis, y una armonía entre los miembros superiores e inferiores. Sin embargo, nadie tiene la postura ideal. La posibilidad es acercarse a ella con trabajo corporal.
Todo aquello que se aleje del ideal es una alteración que puede ser leve, moderada o grave, independientemente de los síntomas que conlleve. Malas posturas leves, como la típica del oficinista que es la rectificación de la columna cervical -es decir, el cuello pierde su curvatura natural-, puede traer trastornos muy molestos como dolor de cabeza, mareos, cansancio y músculos como rocas.