San Alberto Chmielowski fue un pintor de profesión y religioso polaco que inspiró la vocación del Papa San Juan Pablo II; asimismo, fundó los “Hermanos” y las “Hermanas” de la Tercera Orden de San Francisco, Servidores de los Pobres.
El santo nació en un pequeño pueblo del reino de Polonia (parte del Imperio ruso) el 20 de agosto de 1845. Su familia era noble; creció en un clima de ideales patrióticos y de amor hacia los pobres.
“A sus 17 años (1863), siendo estudiante de la escuela de agricultura, participó en la lucha insurreccional por librar a su patria del yugo extranjero, y en esa lucha sufrió la mutilación de una pierna. Buscó el significado de su vocación a través de la actividad artística, dejando obras que aún hoy impresionan por una particular capacidad expresiva”, relató San Juan Pablo II durante la misa de canonización de este santo.
En 1874, siendo ya un artista maduro, decidió dedicar “el arte, el talento y sus aspiraciones a la gloria de Dios”. Comenzaron así a predominar en sus actividades artísticas los temas religiosos.
Uno de los mejores cuadros, el “Ecce Homo”, fue el resultado de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre, experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.
Años más tarde decidió renunciar al arte y dedicar su vida a servir a los marginados. En 1888 pronunció los votos religiosos en la congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco.
Alberto organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas de su congregación a trabajar en hospitales militares, fundó comedores públicos para pobres, y asilos y orfanotrofios para niños y jóvenes sin techo.
Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos.
El santo falleció de cáncer de estómago en 1916 en Cracovia en el asilo fundado por él. Fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.
Homilía de San Juan Pablo II en la misa de canonización de San Alberto Chmielowski
«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón».
«Aprended de mí... porque mi yugo es suave y mi carga ligera".
«Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí» (Mt 11,29).
Meditando en estas palabras la Iglesia contempla hoy a dos personas que, con toda su vida, acogieron esta invitación del Maestro divino: la beata Inés de Bohemia y el beato hermano Alberto Chmielowski de Cracovia. Muchos siglos los separan a ambos: del siglo XIII al siglo XX. Pero los une una particular afinidad espiritual: la herencia de san Francisco de Asís y de santa Clara, así como la cercanía de las naciones de donde provienen: Bohemia y Polonia. Hoy los une la común canonización...
La beata Inés de Bohemia, a pesar de haber vivido en un período tan lejano del nuestro, sigue siendo también hoy un resplandeciente ejemplo de fe cristiana y de caridad heroica, que invita a la reflexión y a la imitación.
Y está también el hermano Alberto: es un personaje que ha dejado una huella profunda en la historia de Cracovia y del pueblo polaco, así como en la historia de la salvación. Es necesario «dar el alma»: éste parece haber sido el hilo conductor de la vida de Adán Chmielowski desde los años de su juventud. A sus 17 años, siendo estudiante de la escuela de agricultura, participó en la lucha insurreccional por librar a su patria del yugo extranjero, y en esa lucha sufrió la mutilación de una pierna. Buscó el significado de su vocación a través de la actividad artística, dejando obras que aún hoy impresionan por una particular capacidad expresiva.
Mientras se dedicaba cada vez más intensamente a la pintura, Cristo le hizo escuchar la llamada para otra vocación y lo invitó a seguir buscando cada vez más: «Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón... Aprende».
Adán Chmielowski fue discípulo dispuesto a acoger cualquier llamada de su Maestro y Señor.
De esta llamada decisiva, que marcó su camino hacia la santidad en Cristo, habla el texto de la primera lectura de la liturgia de la canonización que estamos celebrando hoy, tomado del profeta Isaías: «... desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo» (Is 58,6). Ésta es la teología de la liberación mesiánica, que contiene la que hoy estamos acostumbrados a definir «opción por los pobres»: «partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa. Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes» (Is 58,7).
Precisamente esto hizo el hermano Alberto. En este incansable y heroico servicio en favor de los abandonados y de los desheredados encontró finalmente su camino. Encontró a Cristo. Tomó sobre sí su yugo y su carga; y no fue solamente «alguien que hacía caridad», sino que se hizo hermano de aquellos a quienes servía. Su hermano. El «hermano gris», como solían llamarle. Otros han seguido su ejemplo: los «hermanos grises» y las «hermanas grises».