opinión / Pilar Varela Licenciada en Psicología
Nos queremos más
de lejos que de cerca
Nos queremos, pero la convivencia es imposible, dice mucha gente. Debe ser que no es fácil quererse cara a cara, o quizás nos queremos más de lejos que de cerca. Una película de Bergman lo planteaba poéticamente de este modo: la esposa bajaba del coche para hacer una consulta a un agente mientras el marido esperaba. Al regresar el marido le dice: "Cuando hablabas con el agente me sentí enamorado de ti". "Será porque estaba lejos", contesta ella. Este laconismo deja una sensación de tristeza en algunos espectadores, seguramente en aquellos que se reconocen en esa inquietante verdad. ¿Lejos mejor que cerca? ¿Cómo es eso? ¿No desean todos los que se quieren -amantes, padres, hijos, amigos- estar juntos? ¿Por qué surge en la cercanía un abismo emocional, que desaparece mágicamente con la lejanía? La convivencia es una mala hierba para el amor, decía Erika Jong, pero yo no sé si es la única: es posible convivir armónicamente con alguien a quien no se quiere y seguir amando con locura a quien desbarata nuestra cotidianidad. No es la convivencia la que transforma el amor, sino la propia esencia del amor, ese péndulo que va y viene entre el anhelo y la saturación, entre la ilusión y la decepción, entre la exigencia y la entrega. Quizá la explicación tenga que ver con la memoria (que manipula los recuerdos y los idealiza), o del hecho de que queremos al otro como no es, sino como nosotros deseamos que sea. El caso es que de cerca surge la frustración y se instala en el ánimo, hasta que cuando la persona amada se aleja se disluye las sombras y otra vez se ama con el corazón. ¿Amor en la mente o amor en la vida? ¿Qué es más verdad?
Gustavo Martín Garzo afirma que el amor no tiene que ver con la voluntad o la razón, es paradójico, caprichoso y fugitivo, pero le pedimos devoción y constancia. Si, es cierto, le pedimos devoción y constancia, le exigimos romanticismo permanente, al mismo tiempo que no sabemos eludir la contaminación de la decepción, por eso amamos más de lejos que de cerca. La decepción es la que pone las cosas en su sitio, la que cura la enfermedad amorosa, la que puede transformar el ciego enamoramiento en amor realista. Si una noche de clarividente insomnio aceptamos esta paradoja, comprenderemos que el amor nos hace dueños de alguien, pero también sus esclavos. Entonces nos rendiremos a la verdad y empezaremos a amarnos de cerca.
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