EL VIENTO DEL SUR
(1 Reyes 19,9-13)
Por
Emma-Margarita R. A.-Valdés
El viento no tiene pies
cuando pisa mi albahaca
y persigue a la oropéndola
con su gumía de plata.
El viento no tiene rostro
cuando mi ajimez alcanza
y ante mis puertas de sándalo
levanta, brusco, la aldaba.
El viento no tiene cuerpo
cuando en la alcoba me abraza
y silba por el arriate
y derriba la albitana.
El viento no tiene manos
cuando mi cintura enlaza
y oprime, ardiente, mis pechos
en su sensual alharaca.
El viento no tiene dedos
cuando por mi piel resbala,
deshoja el rojo clavel
y destrenza la biznaga.
El viento no tiene labios
cuando al despertar del alba
roza con su aura mi frente,
fresco de azahar y almáciga.
El viento no tiene ojos
cuando clava su azagaya
en el centro de mi sangre
y mis pasiones levanta.
Pero cuando Tú en el viento
agitas tus blancas alas,
mi cuerpo y mi alma se elevan
como libre alcahazada.
Cuando en el viento rodeas
la arcilla de mi alcarraza,
refrescas mi agua interior,
sacias la sed que me abrasa.
Cuando sobre el viento alientas
brisa de fe, de esperanza,
me liberas de mi miedo,
de mi dolor, de mi adarga.
Y cuando habito en el viento
solano de tu palabra,
el viento negro del mundo
se detiene ante mi alcázar.