Con una pata colgando, despojo de una pedrada,
pasó el perro por mi lado, un perro de pobre casta.
Uno de esos callejeros, pobres de sangre y estampa.
Nacen en cualquier rincón, de perras tristes y flacas,
destinados a comer basuras de plaza en plaza.
Qué tristes ojos que tienen, que recóndita mirada
como si en ella pusieran su dolor a media asta.
El perro me entiende; sabe que maldigo la pedrada.
aquella pedrada dura que le destrozó la pata.
Pero tú no te preocupes, ya no ha de faltarte nada.
Yo también soy callejero, aunque de distintas plazas.
Vamos, pues, perrito mío, vamos, anda que te anda.
con nuestra cojera a cuestas, con nuestra tristeza en andas.
Tú la pedrada en el cuerpo, yo la pedrada en el alma.
Era joven y era viejo; por más que yo lo cuidaba.
Fueron muchas las hambres, mucho peso en sus tres patas.
Y una mañana, en el huerto, debajo de mi ventana.
lo encontré tendido, frío, como una piedra mojada.
Ya estaba mi pobre perro muerto de las cuatro patas.
Hacia el cielo de los perros se fue, anda que te anda.
las orejas de relente y el hociquillo de escarcha.
Portero y dueño del cielo San Roque en la puerta estaba:
bien surtido de intercambios con que curar viejas taras.
“Para ti… un rabo de oro; para ti… un ojo de ámbar.
tú… tus orejas de nieve; tú… tus colmillos de escarcha.
Y tú, (mi perro reía), tú… tu muleta de plata”.
Ahora ya sé por qué está la noche agujereada:
¿Estrellas… luceros…? No, es mi perro cuando anda…
con la muleta va haciendo agujeritos de plata.