Había una vez una anciano viudo que tenía una hija muy lista llamada Luz. Cuando la niña creció le prometió que podría ir a estudiar a la ciudad lo que siempre había soñado: Astrología. Cada noche sacaba sus prismáticos para descubrir estrellas en el cielo.
Ahorró durante mucho tiempo y, cuando cumplió 16, se pudo comprar un telescopio. Después, cuando llegó a la mayoría de edad, su padre cumplió su promesa y logró que fuese a la universidad de Astrología. Eso sí, para hacerlo, tenía que ir a la ciudad y dejar el pueblo en el que había crecido y donde vivían todos sus amigos y familia.
-Yo soy mayor y no puedo acompañarte -le dijo su padre-, pero toma este pañuelo que heredé de tu abuelo hace años y te protegerá por el camino. La joven no se fiaba solo de la protección del pañuelo y pidió a una amiga que la acompañase.
Las chicas partieron cabalgando en sus caballos. Después de recorrer varios kilómetros, a Luz le entró la sed.
-Baja del caballo, coge mi cantimplora y tráeme agua de esa fuente-dijo la joven, que era algo mandona, a su amiga.
-Si tienes sed, baja a por agua tú misma -contestó la chica- que ya estaba cansada de que le estuviese dando siempre órdenes.
La joven no quiso discutir y se bajó a beber agua directamente de la fuente. Cabalgaron unas cuantas horas más, y Luz volvió a tener sed. Pidió a su amiga agua, pero recibió la misma respuesta y tuvo que bajar del caballo a beber en un manantial. En ese momento, el pañuelo que le había dado su padre heredado de su abuelo, sin que ella se diera cuenta, se cayó de su mochila al agua y se lo llevó la corriente. Pero la otra joven sí lo vio. Pensó que, ya que había perdido el talismán que la protegía, ahora podrían invertir los papeles y ser ella quien le pidiese constantemente cosas. La joven no se atrevió a rechistar y así siguieron el camino hacia la universidad.
Cuando llegaron, fueron recibidas con alegría por el resto de estudiantes. La amiga de Luz, disfrazada, subió a la zona de las aulas y la otra se quedó en el patio. El director la vio por la ventana.
-¿Quién es esa joven? -preguntó.
-Es una vagabunda que recogí por el camino - dijo la farsante-. Puede ayudar en la biblioteca a colocar los libros.
Al director le pareció todo muy raro y decidió poner a la joven a prueba pidiéndole que hiciese una redacción. No llegó a empezarla, porque sabía que eso la delataría. Confesó todo y explicó que solo quería que Luz se diese cuenta de lo mal que le hacía sentir con su comportamiento. El director celebró la sinceridad de la chica e hizo todo lo posible para que hiciesen las paces y se tratasen la una a la otra con respeto.
( DESCONOZCO A EL AUTOR.)
Epilogo:
No siempre se puede pretender tener la razón.