Me pregunto, cuando veo a mí alrededor
sin encontrar nadie a mi lado.
No puedo evitar que amargas lágrimas
al ver a mi viejita y a mi abandonados
por aquellos a quienes les dimos la vida.
No los puedo juzgar, ¡son mis hijos!...
Y tal vez solo me están cobrando
los errores cometidos en mi loca juventud.
Pero... ¡como duele su indiferencia! a nuestro padecer.
No fui el mejor de los padres, mi proceder
tal vez deja mucho que desear.
Un tiempo, por pagar mis delitos a la sociedad,
no pude cumplir cabalmente mis obligaciones,
pero cuando gocé del poder que da el dinero:
¡No había deseo ni capricho que no les cumpliera!
Mi pobre vieja, su abnegada madre,
jamás los dejo a su suerte,
Ejerció hasta los trabajos más duros,
con pies llagados y manos agrietadas,
el rostro por el sol quemado,
para llevarles un mendrugo de pan.
Perdió la cuenta de cuantas veces
se iba a dormir, pero era feliz
al ver a sus pequeños saciar su hambre.
Después de muchos sinsabores
trabajé arduamente para recuperar el tiempo perdido.
¡Manjares deliciosos adornaban nuestra mesa!
Cuando un buen amigo me decía:
Guarda dinero para tu vejez
Me reía y respondía:
¿Para qué? ¡Que lo gocen mis hijos!
Ya vendrá el tiempo, en que ellos me darán.
¡Que equivocado estaba!
Hoy que la enfermedad y el tiempo
han minado nuestros cuerpos,
que estamos viejos y no podemos ganar
un pedazo de pan que llevarnos a la boca,
Ellos... ¡ellos simplemente se fueron!
Abandonándonos a la deriva.
¡No tenemos casa donde vivir ni un mendrugo
de pan que mitigue el hambre!
Unos amigos nos brindaron un rincón
donde dormir y comida.
Vemos pasar el tiempo sin esperanza,
ansiosos miramos constantemente
hacia la ventana esperando ver a los hijos volver.
No les deseo ningún mal, ¡son mis hijos Señor!
¡Ilumínalos para que rectifiquen su proceder!
Aunque ustedes de mí no se acuerden
A diario le pido a Dios:
¡Que los bendiga siempre!