Mi hermano se acuerda perfectamente de nuestra infancia: de los juegos, las peleas, las tonterías que hacíamos… En cambio yo no me acuerdo de nada”, dice Elisa, de 34 años. Aunque para muchos resulta extraño que dos personas que han crecido juntas no tengan los mismos recuerdos, para el psicólogo Carlos Adeva es norma. “cada persona interpreta la realidad de forma subjetiva en función de su capacidad intelectual, su personalidad, su edad y su estado emocional”, dice. “Tal vez uno tiende a la introversión y el otro a la extroversión, lo que les lleva a diferentes maneras de experimentar lo que le rodea.” Un mundo que no existe por si mismo, sino como el resultado de nuestras propias interpretaciones de la realidad, que no se almacenan en el cerebro hasta que aprendemos a expresarlas. “Hay que tener en cuenta que la memoria se estructura y organiza a través del lenguaje”, apunta Adeva. Por eso, nuestros primeros recuerdos suelen ser a partir de los tres años, aunque hay quien no recuerda prácticamente nada antes de los ocho.

Proteger secretos

En esos primeros años el entorno familiar, a través de sus opiniones, condiciona todo lo que percibimos. “Cuando existe un secreto de familia, por ejemplo, los niños aprenden, a través del comportamiento que les rodea y la educación recibida, que no deben preguntar nada sobre el pasado”, afirma el psicólogo. “Por lo tanto, no tienen memoria.” Este orden implícito que obedecen de pequeños pueden aplicarlo, por hábito o por reflejo, a su propia vida. Por eso es importante reactivar esa memoria de infancia cavando secretos que pueden remontarse hasta la generación de los abuelos o de los padres. “Descubrir el malestar que sentía nuestra madre cuando nacimos puede ser crucial”, dice Adeva. “Un bebé que se resiente del sufrimiento de sus padres está tentado a protegerse inventando un principio sin recuerdos reales”.

Borrar traumas

Otro factor a tener en cuenta son las dinámicas vitales: los niños recuerdan mejor los hechos novedosos. “Los que viven experiencias poco habituales o excepcionalmente positivas o negativas tendrán más recuerdos que los que viven una infancia con poca actividad”. A veces el olvido es incluso una protección contra situaciones traumáticas de vergüenza, de dolor o soledad. Es la amnesia postraumática, un mecanismo  de defensa involuntario que bloquea el cerebro y elimina el “archivo dañado”. Una vez eliminado es difícil recuperarlo, pero haya técnicas como la asociación de recuerdos con acontecimientos, fotos o personas que aún tenemos en mente que pueden hacer aflorar aquellos años perdidos.

CÉCILE CUÉRET / LAIA AMORÓS