Actuar
sobre tu
destino
Todos tenemos un destino, un camino singular, único y exclusivo que andar. Pero, frente a él, todos vacilamos entre un sentimiento de impotencia y otro de esperanza. Sobre todo en estos momentos de crisis y ambigüedad.
En las frases “me siento más espectador de mi vida que actor” o “prefiero mirar el partido desde las gradas a jugar sobre el terreno”, se podría encontrar como transfondo un sentimiento de dolorosa soledad. En este sentido existen muchas personas que buscan actividad en su vida como estrategia de defensa a ese sentimiento: cuantas más actividades tengamos programadas, más estaremos contribuyendo a la construcción de nuestra vida. El psicólogo Paulino Castells explica que “las personas tan activas en sus vidas quizás practican una “fuga hacia delante”, porque en el fondo temen pararse o tener que afrontar los acontecimientos que les circundan en el día a día”.
En un contexto de crisis acostumbramos a protegernos de todo lo externo susceptible de hacernos daño. Por esta razón, queremos vivir al máximo, pero sin sufrir, sin arriesgar. “La tendencia actual es que la mayoría de la sociedad es especialmente sensible al sufrimiento propio, pero parecemos totalmente anestesiados ante el dolor ajeno”.
Todos aspiramos a retomar nuestro destino, e incluso nos tomamos esta misión como el principal objetivo de nuestra realización personal. Pero, ¿no estamos siendo demasiado ambiciosos al intentar alcanzar este fin?
Dirigir nuestra vida
Creer o no en el destino es una cuestión muy personal y tiene múltiples causas: desde educativas, culturales y sociales hasta religiosas. La importancia que le demos a esta creencia, ya sea en un sentido o en otro, marcará nuestra trayectoria personal.
El psicólogo Valentín Martínez-Otero explica que creer ciegamente en el destino “está enclavado en una suerte de pensamiento mágico que lleva a considerar que lo que a uno le sucede es obra de una fuerza enigmática y fatal, lo que con facilidad impide poner los medios para conducir el propio rumbo existencial. Teniendo en cuenta estas circunstancias, la persona renunciaría en gran medida a llevar el timón de su vida por considerar que el camino está marcado por el hado”.
De acuerdo con el concepto psicológico del “locus de control”, las personas que creen en el destino, “en gran medida atribuyen lo que les sucede al azar o a causas que escapan a su destreza, esfuerzo o regulación, lo que probablemente se traduce en más errores cognitivos, menor reactividad a los acontecimientos, menos búsqueda de información, menos percepción de libertad, y menos realismo”, añade Martínez-Otero. Por el contrario, están aquellas personas, acaso en la vertiente más positiva, cuya conformidad con lo que les sucede es mayor, aunque esta actitud repercuta en sentido negativo sobre sus vidas.
Sacarnos partido
Independientemente de que si creemos o no en el destino, es importante saber aprovechar nuestras virtudes, posibilidades y talento, es decir, nuestro potencial.
Pero, en realidad, no hablamos de conseguir grandes cosas, sino de sentirse realizado y tranquilo en base a nuestra singularidad. Según el psicólogo Paulino Castells: “De alguna forma todos somos dueños de nuestro destino, en este sentido podríamos hablar del concepto psiquiátrico de resiliencia, que es la capacidad de las personas de prevalecer, ser fuerte y triunfar a pesar de las adversidades. Como profesionales intentamos inocular a los pacientes estos factores de protección o resiliencias, que les ayudarán a resurgir de las dificultades que, para muchos, les ha traído el destino”. Para Martínez-Otero, tan negativo puede ser creer en el destino como tener una confianza desmesurada e irreal en las propias posibilidades para manejar las situaciones.
Lo mejor es adoptar una postura activa, con confianza en uno mismo, que lleve a poner los medios para conseguir las metas, pero sin perder de vista ciertos condicionamientos que no siempre son controlables”.
FLAVIA MAZELIN SALVI/IDOIA RUIZ
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