UN DÍA CUALQUIERA (1ª)
Eran las seis de la tarde de un día cualquiera, bueno, cualquiera no, era un día lluvioso de cielo gris y vivo, eso ya es bastante. Las nubes apretaban el paso buscando cualquier hueco que otra compañera dejaba, en una incansable competición por alagar a quien así lo quiera. Él era uno de esos. Quería el cielo cubierto. Aquella tarde no podía ser de otra manera. Hay ocasiones en que nos preguntamos las razones, los ¿por que? Cuantas de esas veces quieres realmente la respuesta y cuantas lo que quieres es simplemente vivir el encuentro con tus dudas. Mirarlas a la cara, tirarte al suelo y desbaratar los planes. Revolver los papeles de tus vivencias y retarte a encontrar uno, uno solo que este en su sitio. Ocupando la baldosa correcta, el cajón adecuado, la carpeta precisa, su pedazo de cielo vacío. Yo personalmente, pocas veces lo he conseguido. Él también era uno de esos, no es tan extraño.
Seguía escuchando repetidamente la misma canción, no importa cual, solo un piano, no importa de quien, casi sin volumen, acompañándolo, formando parte del escenario sin apropiarse del guión. En la mesa una hoja vacía, una pluma seca y el cerco oscuro dejado por una copa de vino que ya forma parte del pasado. Por la ventana una nueva nube se unía al juego. Moviendo las manos lentamente, no por la carga de los años sino por la carga de vivirlos, las llevo hasta su renaciente barba escuchando el seco rasgar de la piel al pasar sus dedos.
- ¿Qué haces?... – La voz no era la que él esperaba, o más bien como la deseaba escuchar. Habían pasado muchos años, demasiados, pero seguía sin acostumbrarse. Se sentía como un naufrago en la oscuridad del océano, que a cada brazada en ese húmedo vacío, implora encontrar por azar una simple tabla que le salve de esa inmensidad donde perderse es lo justo y salvarse debería ser pecado.
- Esperar – su respuesta era un nuevo papel fuera de lugar. Y sabia en que parte estaba.
Detrás de él la voz se acerco un poco más, a veces dolía tenerla tan cerca. – Esa no es la hoja correcta, tu pluma está vacía…- un par de segundos de silencio, siempre lo hacia así – y por lo que veo sigues jugando con las nubes.
Él torció el gesto, de sobra sabia lo que estaba haciendo. Cogió la pluma con esas manos pesadas de surcos profundos, con el recuerdo en los dedos y el olvido en la memoria.
– Sí. Sigo jugando con las nubes, y sigo escribiendo en hojas incorrectas, con plumas secas y manos cansadas, y sigo escuchándote detrás de mí, a pesar de que hace ya muchos años que te fuiste volando por el único hueco que olvidó tapar una nube tardía…
Eran las seis de la tarde de un día cualquiera, un día lluvioso de cielo gris y vivo, eso ya es bastante.
(Sigue en 2ª parte)
(De Foro Poético)
|