“El deseo es la etiqueta que le pone el cerebro a un pico de energía desencadenado por estímulos externos e internos, y que sitúa a la persona en disposición de avanzar hacia la consecución del objeto que la provocó o de otro sustitutivo para sublimarlo” (Raúl Padilla, sexólogo). La energía, el deseo, la fuerza que motiva la sexualidad y la libido son universales y van más allá de la educación o la cultura. Pero es en el marco cultural en el que se nos enseña cómo darle salida a este impulso, qué vías son las apropiadas y cuáles no. En cualquier caso, es en la historia individual, en las vivencias íntimas y personales de cada uno, donde buscamos repetir el placer obtenido y huimos de situaciones dolorosas del pasado.
Voluntad atrapada
Cuando entra en juego el deseo, el resto de prioridades pasan a un segundo plano. Los recursos van derivando hacia la fantasía, el recuerdo y la consecución. El cerebro marca como objetivo prioritario la resolución y deja de concentrarse en el estudio, en el trabajo o en la actividad que le ocupaba.
El deseo es la primera fase de la respuesta sexual humana y, como tal, abre la puerta al goce y disfrute de nuestro cuerpo y del cuerpo del otro, tanto de lo vivido como de lo proyectado. El deseo se retroalimenta de una sexualidad rica y placentera. La adecuada visión de la sexualidad es clave para un deseo adecuado, sin sentimiento de culpa ni oscurantismo, con la propia persona como centro de su placer y el objeto presente desde la fantasía intima hasta el contacto físico. El autoerotismo va más allá de la mera genitalidad, recurre a la fantasía, al recreo con material erótico, y a descubrir miradas y gestos.
La seducción, la concepción de la sexualidad como una actividad placentera, lúdica y reforzante, nos convierte en seres con un deseo más sano, transformándonos en personas con más capacidad para desear y ser deseadas.
Amor y deseo
Como fuerza poderosa que es, la sexualidad se ha convertido en una construcción cultural al servicio de la sociedad, y es ahí donde nace la necesidad de fusionar deseo y amor. La idea de deseo sin amor, si se nos antoja extraña, es por la finalidad cultural última de la sexualidad, que no es otra que perpetuación de la especie en unidades sociales productivas: la familia reproductiva. “El amor y el deseo van de la mano o siguen caminos muy distintos… Y se puede amar a un familiar sin deseo, de la misma forma que diariamente se desean cuerpos y mentes que se cruzan por nuestro camino sin que el amor impulse hacia una intimidad afectiva”, aclara el experto. Cuando el deseo entra en acción se moviliza una cantidad de energía con el objetivo de satisfacerlo. Más en concreto: “Nace fisiológicamente de una activación del sistema nervioso autónomo, del sistema nervioso simpático, que agudiza los sentidos para que podamos tener una mejor percepción de nuestro objeto y podamos fijarlo en nuestro punto de mira; además, nos preparamos para la aproximación, usando para ello los mismos mecanismos que en la época de nuestros antepasados regulaban la caza o la huida de predadores”.
Con fecha de caducidad
A medida que cumplimos años, se corre el riesgo de asumir que la sexualidad es un lujo que se produce cuando el resto de las esferas están cubiertas. Así, se deja de desear cuando hay que madrugar al día siguiente, cuando hay problemas laborales o familiares. Este es un problema al que no pocas personas se enfrentan. Evidentemente, sin deseo se puede vivir, en tanto que no es una necesidad básica, pero la vida es más opaca.
“Los problemas de falta de deseo pueden venir por la inespecificidad de las señales de deseo en nuestro cuerpo –aclara el sexólogo -. El hambre es reconocible universalmente por señales internas, la sed, igual, pero el deseo tiene unas señales tan poco concretas y tan sutiles que son fácilmente borradas por cualquier estímulo que en ese momento tenga la suficiente prevalencia en la persona. Otro problema consiste en que, aunque las señales se den, el cerebro puede etiquetarlas de un modo distinto al deseo sexual: por ejemplo, como ansiedad inespecífica. Es en este caso cuando usa las vías habituales para reducir esa hiperactivación ; comer, beber o fumar en exceso, ya que cualquier hábito compulsivo aplacará ese nerviosismo.” Según los expertos: “La falta de deseo es más un síntoma que un síndrome, es decir, la falta de deseo indica que hay algo que falla, es como la fiebre que nos indica un proceso infeccioso. Normalmente esta falta cursa con estados depresivos y se manifiesta más allá del deseo sexual como un estado de anhedonia, disforia y enlentecimiento. A su vez, un exceso de deseo como síntoma es producto de un estado de hiperactivación producida por el sistema neuroendocrino que cuaja de hormonas cada células del adolescente”, aclara Raúl Padilla.
ÁNGELES LÓPEZ
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