Cuando doy, me doy a mi mismo", decía el poeta Walt Whitman. Y eso es lo que hacemos todos, aunque no seamos consciente de ello al hacer regalos para los demás: entregarnos, de una cierta manera, a nosotros mismo. Creemos que al comprar, lo que hacemos es cumplir con alguien, respetar el "intercambio voluntario obligatorio" de regalos propios de estas fechas: ofrecemos, en parte, porque nos apetece y en parte, porque la tradición nos obliga. Pero, en realidad, como señala Elena Ferrer, profesora de Filosofía, lo que estamos haciendo es comunicarnos: "Preguntarnos qué puedo regalar es preguntarnos qué quiero transmitir y -a la vez- qué quisiera escuchar de mí la otra persona. Eso es lo que le ocurre a Maya, de 39 años: "Soy incapaz de ir de tiendas y comprar cualquier cosa. Para mí, los regalos son muy importantes: le doy vueltas durante horas, busco lo más adecuado para cada persona. Siempre intento transmitir que esa persona me importa mucho y que merece algo que vaya con él, pero que le sorprenda. Supongo que también es una forma de conseguir admiración y reconocimiento".
Necesidad de afecto
El intercambio de regalos es un poderoso medio de comunicación donde los regalos no son un producto, sino mensajes que contienen significados y propósitos. A través de ellos podemos establecer una conexión emocional con otra persona y enriquecer una relación. No existe el regalo desinteresado, como señala el psicólogo Rubén González. Damos: "Los objetivos de este acto sugieren siempre una intención más o menos oculta (fortalecer una relación afectiva, conseguir un perdón, lograr un favor sexual...) que tiene una misma finalidad: conseguir que nos quieran.
Verdadera-falsa generosidad
"La generosidad no se mide por la gratitud del regalo, sino por la finalidad, dependiendo si es benévola o perversa", añade González. A la hora de regalar, existe una serie de estrategias que seguro hemos usado la mayoría de nosotros en alguna ocasión. Por ejemplo, la estrategia del pragmatismo consiste en hacer regalos en efectivo para estar seguros de acertar con ellos. "Sin embargo, recibir dinero puede resultar irritante porque un regalo así está desprovisto de alma", asegura el psicólogo Manuel Porcel. Escudarse en el pragmatismo normalmente oculta pereza, comodidad o, simplemente, incapacidad para regalar.
Otro medio de regalar es parapetarnos detrás de la intelectualidad. Nos referimos a aquellas personas que regalan películas de autor, alguna rareza editorial... "Este tipo de regalos va más dirigido a alimentar el ego del que regala que otra cosa y ello sin renunciar a un cierto aire de superioridad, eludiendo así la queja del que recibe el regalo por riesgo a parecer ignorante", explica González.
A veces, el regalo adopta la forma de regalo envenenado. Los regalos ecológicos, zoológicos o pedagógicos pueden llegar a funcionar como arma arrojadiza. ¿Quién se resiste a un cachorro? Sin embargo, el alcance del propósito puede estar en los sacrificios que a la persona le va a traer una cosa así. "La inercia nos impide cuestionar un regalo que, supuestamente, aporta valores que se da por hecho que son positivos".
Efectos asociados
Regalar y recibir regalos no son actos neutros, ya que contienen ingredientes de muchísimos problemas psicológicos actuales como la impaciencia: no conseguir las cosas en los plazos que nos hemos marcado nos provoca frustración, desasosiego o tristeza. Un cierto nivel de ansiedad permite buscar lo más adecuado, pero cuando la indecisión es excesiva y nos ocupa demasiado tiempo, termina convirtiéndose en una tortura.
A uno la gusta ser original y único, pero en nuestra sociedad actual, salirse del guión puede resultar a veces contraproducente. Sobreactuar es siempre inconveniente. Al regalar hay límites y, al margen, de intenciones ocultas, regalar tiene una intención positiva: la de darnos a los demás a través del regalo.