Pilar Varela
La belleza de lo efímero
Una palabra bella es el adjetivo efímero; es sonoro, sutil y también es hermoso su significado. Algunos amamos lo contundente, pero adoramos lo efímero. Nos trae su poder, su capacidad de transformación escondida, su misterio. Un suceso fugaz, un pestañeo del pensamiento, una vuelta de tuerca emocional pueden ser definitivos. Un día alguien ve una foto en un periódico y su vida se transforma, ¿no es impresionante? Yo confieso que una mañana de verano mi bebé me sonrió por primera vez y supe inequívocamente que sería imposible ser nunca más feliz que en aquel instante. Ahora mismo evoco la fugacidad de un rayo de luna en una escalera, el olor de los jazmines de Granada, un roce delicado de una piel. También recuerdo el impacto que causaron en mí una mirada de angustia, cierta palabra inoportuna o aquellos tres minutos interminables, cuando me tragaba el mar y no había arriba, ni abajo, solo oscuridad, arena, golpes y miedo. Si lo pequeño es infinitamente divisible, como sabían bien Aquiles y la tortuga, lo efímero puede ser infinitamente duradero. Un segundo puede permanecer para siempre en la memoria. En un instante se gana la gloria, en un segundo se pierde una vida, ¿hay algo más permanente?
Está claro, lo efímero es fascinante. Algunos hombres regalan plantas en vez de flores porque duran más, pero a algunas mujeres nos gustan las flores porque duran menos. Lo duradero debe ser el optimismo, la esperanza, la curiosidad, el amor…, pero no otras cosas, como los objetos que permanecen mucho tiempo en el mismo sitio, o como las toallas demasiado fieles. Hay cosas que tienen que durar poco, algunas deben durar poquísimo. En 13 minutos se sale de la atmósfera en un cohete espacial; tres minutos más seguro que serían insoportables. La fugacidad es una cualidad necesaria, sin la cual se desvirtuarían ciertas conductas. ¿Cuánto tiene que durar un abrazo? ¿Acaso si es prolongado es más cariñoso o solo es más asfixiante? Las personas que tienen talento corporal saben decir mucho en un segundo de intensidad. Una sola palabra cabalgando en una mirada es efímera mientras se ejecuta, pero puede ser un dardo envenenado de ternura.
En fin, hace tiempo que se rompió la hegemonía de lo masculino sobre lo femenino; de la fuerza sobre la delicadeza. Ya es hora de desbancar el poder de lo duradero. En la dialéctica de los filósofos griegos, entre lo que permanece y lo que cambia, lo tengo claro… lo seductor es que sea imposible bañarse dos veces en el mismo río.
| |
|
| |
|