El mantón de Manila, tal y como lo conocemos en la actualidad es una prenda de adorno femenino vinculada a la artesanía española. Su misma denominación se refiere a la procedencia de origen: la ciudad de Manila, la capital de la antigua colonia española de Filipinas.
Muchas de las tradiciones que consideramos como genuinamente españolas, no lo son tanto, o al menos no lo fueron en sus orígenes.
Todo proceso de incorporación cultural, presupone alguna modificación de diverso grado sobre el modelo original. Este fue el proceso que sufrió el mantón de Manila, lo que hace afirmar que es una tradición española, independientemente de los orígenes de la misma. Hasta que se inició su fabricación en España, la introducción del producto en el país se debía al comercio que España mantuvo con América durante la etapa colonial. Los mantones se importaron hacia finales del siglo XVIII, popularizándose su uso en el XIX. Tomaron su nombre del destino final de la flota española en Manila.
La buena salida comercial del producto determinó la creación de diversos centros de bordado en todo el país, entre los que destacan los realizados en la provincia de Cantón, que desde el siglo XVIII se consolidó como un próspero centro comercial, y desde donde también se exportaban.
Los primeros bordados en seda no se realizaron sobre mantones, sino en libros, tapices, estandartes y banderas, para posteriormente aparecer en vestidos, colchas, cojines y otros enseres de decoración doméstica. Los bordados sobre una prenda similar al mantón no aparecen hasta el siglo XII, cuando las mujeres de clase alta comenzaron a utilizar esta especie de chales.
Todo apunta a que no fue un artículo habitual en China, pues al no adaptarse al vestido tradicional de las mujeres, pronto cayó en desuso. En cambio los chinos los siguieron fabricando con el propósito exclusivo de su exportación.
La producción china de bordado en seda llegaba en tres formas: seda lisa en colores brillantes, la seda bordada y piezas de vestidos también bordados. Los bordados chinos eran muy apreciados, tanto por su finura y su delicado acabado como por su bella combinación de color, algo que entusiasmaba en la corte y en la alta sociedad española y mexicana.
Hasta allí llegaban como adorno incluso para la vestimenta masculina, en forma de casacas, chalecos y forros, en tanto que a las mujeres iban destinados los vestidos, chales y pañoletas, indudables precedentes del mantón.