Un maestro mayor de obras que tiene a su mando a 10 albañiles holgazanes decide un día ponerlos a trabajar.
— Tengo una tarea muy fácil para el más perezoso de ustedes — les anuncia —. Levante la mano el más haragán.
Nueve alzaron la mano.
— Y tú, ¿por qué no la levantaste?
— Porque me cuesta demasiado
trabajo.
Como obstetra, a veces veo raros tatuajes cuando trabajo en la sala de partos. Una vez
me encontré con una paciente que tenía un tipo de pez tatuado en el abdomen.
— Qué bonita ballena — le comenté.
Con una sonrisa me respondió:
— Antes era un delfín.
Un tipo llega tarde a su trabajo.
El jefe le grita:
— ¡Tenías que haber estado aquí a las ocho y media de la mañana!
El sujeto responde:
— ¿Por qué? ¿Pues qué pasó a las ocho y media?
Durante una época trabajé como cocinero en dos restaurantes de comida rápida que
estaban en el mismo barrio muy cerca uno de otro.
Un sábado por la noche estaba por terminar mi turno vespertino en uno de esos restaurantes
y me daba prisa para irme al otro. Pero me retrasé porque una mesa devolvía una
y otra vez una orden de papas y cebollas doradas a la sartén, insistiendo en que estaban
demasiado frías. Las reemplacé varias veces, pero los clientes seguían insatisfechos.
Cuando pude irme, corrí a la puerta y salí disparado para mi otro trabajo. Al llegar,
un mozo me entregó de inmediato la primera orden.
—Asegúrate de que estas papas con cebolla estén calientes —me dijo—, porque los
clientes acaban de salir del restaurante de la otra calle diciendo que todo el tiempo se las sirvieron frías.
Mi padre empezó a dar clases de administración en la prisión local por intermediación
de una universidad de la comunidad. En su primera sesión nocturna, abrió con el
tema de los bancos. Durante el curso de su clase, salió a relucir el tema de los
cajeros automáticos y él dijo que, en promedio, la mayoría de esas máquinas no
llegaban a contener más de 20 mil pesos.
Justo entonces uno de los tipos de las filas de atrás alzó la mano.
—No quiero parecer irrespetuoso —le dijo a mi padre—, pero el cajero que robé
tenía como 100 mil pesos adentro.
Cuando mi esposo, inspector de caminos de la provincia, fue en su vehículo a una clínica
por un dolor en la pierna, decidió usar el servicio de valet parking, ya que así no tendría
que caminar mucho. Viendo el auto, uno de los jóvenes choferes del valet le preguntó a
mi esposo si era un vehículo oficial.
—Por supuesto que sí —respondió mi esposo, sorprendido por la pregunta—.
De hecho es una patrulla sin los logotipos.
—¡Guau! —dijo el joven, deslizándose para tomar el volante—. Ésta es la primera vez en
toda mi vida que me toca ir en el asiento delantero.