Sé lo que es estar en un lugar concurrido y, al mismo tiempo, sentirme solo. También sé lo que es estar solo y sentir una unidad profunda con toda la gente. Hoy tengo presente ese sentimiento de unidad en mis interacciones con los demás.
Ya sean familiares y amigos, colegas, conocidos o desconocidos, aprecio a la gente como los seres espirituales que son, como hijos e hijas de Dios. Al mantener esta perspectiva y actitud donde quiera que vaya, no siento soledad; ya sea que esté pasando tiempo conmigo mismo, con otros o entre una multitud.
Veo más allá de nuestros diversos orígenes, creencias y perspectivas, y aprecio a la familia humana en toda su gloriosa diversidad. En Dios somos uno.