El reportero pulsa en la cuna de la “más grande” el espectáculo televiso por entregas. En este pueblo hay más denuncias por malos tratos que en otros de Cádiz.
Chipiona, desde la tumba de Rocío Jurado:
"Si viera el espectáculo de su hija y Antonio David, se moriría"
Eduardo del Campo
La persona conocida como Rocío Carrasco, que va a cumplir 44 abriles, no habría sido nunca un personaje de la mitología popular ni protagonista del folletín de Telecinco al que se acaban de enganchar varios millones de españoles si no la hubiera engendrado una diosa llamada Rocío Jurado. Sin esta reina en sus genes, sería una mujer corriente y anónima. Rociito sin tilde; Rocío sin diminutivo y sin más. Pero su madre, la cantante universal, la inflamó con su fama y sin querer la colocó bajo el foco de los medios y la audiencia: la hoguera de las vanidades que te quema y te enriquece.
El drama de la hija comienza en Chipiona, el pueblo de Cádiz en cuya playa de Regla conoció en un lejano verano de la adolescencia al entonces guardia civil en prácticas Antonio David Flores, el malvado antagonista de su historia de amor y odio, además de padre de sus hijos, Rocío y David. El encuentro se produjo en la tierra donde nació su madre, en la casa de la calle Larga 115; donde veraneaba, en el chalé de la avenida de Nuestra Señora de Regla 61, y donde, desde su muerte por un cáncer de páncreas a los 61 años en 2006, yacen sepultados los restos de la estrella.
El mausoleo de Rocío Jurado, la hija más importante del pueblo, preside el centro del cementerio municipal de San José. Por encima de los huesos de su tumba se proyecta su leyenda encarnada en una estatua imponente de bronce que la representa vestida con un traje de cola de gran escote como los que lucía llenando el escenario, tocada con peineta y sentada con mirada serena y las piernas cruzadas sobre el mármol de la lápida. La obra del escultor Luis Sanguino es tan realista que no extraña que alguien se sugestione y vea en ella a un ser vivo. Un sepulturero cuenta que un día observó que una mujer se subía a la tumba y se abrazaba emocionada a la Jurado de metal. Fue a llamarle la atención y ordenarle que se bajara, pero al darse cuenta de que era su sobrina también cantante, Rosario Chayo Mohedano (hija de su hermano Amador), le pidió perdón y la dejó estar.
Sobre el regazo de la estatua reposa un conjunto de claveles rojos frescos en forma de corazón. ¿Quién cuida el mausoleo, que es un regalo del pueblo de Chipiona inaugurado en 2007? ¿La familia? “No. Cada semana, dos o tres chavalas de una asociación de seguidoras de Rocío Jurado le cambian las flores. Y dos o tres veces al año, viene una pareja mayor desde Sevilla y lo limpia a fondo como si fuera su dormitorio”. ¿Su hija Rocío viene a ver la tumba? “En dos años que llevo aquí trabajando, no la he visto nunca”, dice el sepulturero, antes de matizar que eso no quiere decir que la hija no recuerde a su madre: “La puede llevar por dentro”.
Él no sigue el culebrón de la entrevista por capítulos Rocío Carrasco, contar la verdad para seguir viva, estrenada con éxito el domingo pasado (son 13 partes numeradas del 0 al 12), ni su exégesis con los tertulianos de Salváme, y por eso no se pronuncia, al contrario que quienes se han sumado al debate nacional sobre el presunto maltrato, incluida la ministra de Igualdad, Irene Montero, que la considera víctima auténtica pese a que no haya condenas judiciales. El trabajador funerario sí es consciente sin embargo de la notoriedad del testimonio que vieron 3,8 millones de espectadores, porque se lo ha dicho su mujer en casa: “Le encanta la televisión y dice que esa muchacha nunca ha hablado de su vida” hasta ahora.
Nada de esto habría ocurrido si Rocío Jurado, cuando era una jovencita que despuntaba por el torrente de su voz, le hubiera hecho caso a su padrino de bautizo, Francisco de la Rosa Montes, íntimo amigo de su padre, el zapatero remendón Fernando Mohedano (primer apellido de la cantante, omitido en su nombre artístico). El padrino no veía con buenos ojos que su ahijada se dedicara al para él temible oficio del espectáculo, e intentó convencerla de que no siguiera lo que a todas luces se ha visto después que era su destino natural, glorioso y a veces terrible: cantar las pasiones de la gente. ¿Quién no ha amado alguna vez, quién no se ha desgarrado el alma, quién no podría verse reflejado en sus letras?
“Mi abuelo paterno, el padrino de Rocío Jurado, se llevó un disgusto” cuando la joven no le hizo caso, cuenta Reyes de la Rosa, que ha venido con su marido, Gabriel Naval, a poner flores a sus difuntos y aprovecha para enseñar a EL ESPAÑOL el nicho con la foto del hombre que, con temeroso paternalismo, asustado por los peligros que acechaban a una mujer joven en el mundo del show business, intentó truncar su carrera con la mejor intención. Ello no impidió que De la Rosa, hermano mayor de la Hermandad del Pinar, le cediera a la Jurado un traje de caballista de estilo bandolero que usan en la romería de la Virgen de la Regla, para que ella interpretara su papel en Los guerrilleros (1963), la primera película de la cantante, según relata su prima.
Reyes de la Rosa dice de ella que “era muy buena persona”, una “madre recta” que trabajó toda su vida para dejar en buena posición a sus tres hijos (Rocío, hija biológica de su primer esposo, el boxeador Pedro Carrasco, y los dos adoptados, Gloria Camila y José Fernando, que crió con su segundo marido, el torero José Ortega Cano) y que “sufrió” la conflictiva separación de la mayor. Está siguiendo su testimonio, aunque, como miembro del jurado masivo de la tele, no emite aún sentencia: “No juzgo a uno ni a otra… En cada casa hay problemas”, sopesa Reyes. Lo único que no entiende aún en esta historia mediática en la que tantas lecturas pueden extraerse sobre los conflictos íntimos, domésticos, familiares de la vida es cómo Rocío Carrasco, a la que hace años que no ven en Chipiona, puede llevar una década sin abrazar a sus retoños, ya veinteañeros, que decidieron irse a vivir con el padre: “Yo devoraría por ver a mis hijos”. ¿Qué diría Rocío Jurado si levantara la cabeza y asistiera como espectadora a las revelaciones de su Rociito sobre su aparente intento de suicidio de hace dos años? Responde su marido, Gabriel: “Se llevó el disgusto de la hija para allá [el otro mundo]. ¡No querría levantarla!”.
Margarita García Jurado, de visita en el cementerio con su hija, cuenta su conexión familiar con la biografía de su prima segunda Rocío Mohedano Jurado, la hija de Fernando y Rosario: “Su padre fue el maestro zapatero de mi hermano Manuel. Ella era muy trabajadora. ¡Una leona! ¡Es la más grande!”. Ha visto la confesión de la hija y lamenta que su vida “esté al revés”.
Cuatro adolescentes de 14 y 15 años han venido a ver las tumbas de familiares y pasan de largo de la de su legendaria vecina. Sólo han escuchado de refilón el caso Rocío Carrasco porque cautiva a los mayores de la casa, pero no es su tema. Pertenecen a una generación que, a diferencia de sus padres y abuelos, no ha crecido con las canciones de la diva ni con las tristes aunque rentables peripecias de su hija difundidas en la prensa rosa y no tan rosa desde hace un cuarto de siglo (el novio guardia civil que dejó el cuerpo y fue condenado por quedarse con el dinero de una multa, la separación turbulenta, las denuncias cruzadas de injurias, la pugna por los niños, los pleitos económicos por la pensión alimenticia, las heridas por el accidente de coche con su nueva pareja, Fidel Albiac, del que Rocío madre recelaba igualmente, la condena a la hija y nieta, Rocío Flores, por pegar a su madre siendo menor…).
Lo que sí tienen claro, aseguran, es que ellas, si un novio les insultase, amenazase o pegase, no se aguantarían sino que lo denunciarían al momento y cortarían con él. “Antes era normal en una pareja y en una familia”, es decir, callarse, dice una; “eso no lo soportaría, yo denuncio”, dice otra; aunque “es difícil controlarlo, te puede hacer chantaje psicológico”, interviene una tercera, señalando que no es tan fácil a veces dar el paso y desconectar la dependencia en una relación envenenada.
La ruta en Chipiona de la reina Rocío Jurado, y por extensión de su princesa, sigue por la avenida que lleva el nombre de la artista, donde está el centro público de salud en cuya puerta una señal con la silueta de un corazón prohíbe el paso a la “violencia machista”. La avenida Rocío Jurado hace esquina, en hábil guiño municipal, con la calle dedicada a su primer marido, “Pedro Carrasco (boxeador)”, como indica el rótulo. En la casa pegada a la señal, un trabajador poda el jardín. Él representa a esa otra mayoría que no vive pendiente del mediático caso. “Sé que hay un documental, pero no me meto”.
La calzada desemboca en una rotonda donde se levanta otro monumento a Rocío Jurado en forma de mujer que alza los brazos al cielo junto al puerto de pesca. A pocos metros a la derecha por la calle Adolfo Suárez se llega al cuartel de la Guardia Civil, que reemplaza el antiguo donde estuvo destinado Antonio David Flores. ¿El testimonio televisivo de Rocío Carrasco y sus denuncias de supuestos maltrato físico y psíquico de hace 20 años provocará que otras rocíos anónimas que se ven reflejadas en su relato se animen a ir al cuartel al instante, sin esperar más?
Una fuente de la Benemérita explica que, al menos en Chipiona, las mujeres ya denuncian el más mínimo maltrato sin necesidad de la serie de televisión. La concienciación social ha calado. “Antiguamente les decían, ‘váyase a su casa’, pero hoy la mujer no lo aguanta y denuncia todo”. De hecho, destaca que este municipio de 19.000 habitantes acumula muchas más denuncias por violencia machista que otros de la costa de Cádiz con mayor población, como Rota o Conil. El ViogGén (Sistema de Seguimiento Integral de los casos de Violencia de Género, del Ministerio del Interior), en el que se registran las denuncias y las medidas cautelares para su gestión por juzgados y fuerzas de seguridad, registra esta semana 80 órdenes de alejamiento en vigor contra hombres respecto a sus parejas o exparejas en Chipiona, de las que 77 son de riesgo “leve”, dos “medio” y uno “grave”.
No ha habido ningún asesinato machista desde hace más de 10 años, y la inmensa mayoría de los casos se refiere a insultos del tipo “no vales nada” o “no sirves ni para fregar” y se saldan con condenas por vejaciones leves. En ocasiones, añade, los insultos, sumados, revelan un patrón de “violencia psíquica fuerte”. El pasado fin de semana, en el que se estrenó Rocío, dos hombres durmieron en el calabozo de este cuartel por denuncias de sus parejas o exparejas. La fuente consultada calcula que al mes, de media, unos cinco hombres pasan la noche presos antes de ser puestos a disposición judicial. Las denuncias por insultos a raíz de un incidente puntual, que son la mayor parte, no conllevan la detención, pero sí cuando hay amenazas o se saltan la orden de alejamiento llamando a la ex o pasando por delante de su casa. Si el arresto se produce después del mediodía, el denunciado tiene que pasar ya la noche en el calabozo, porque el juzgado no admite más comparecencias de detenidos a partir de las doce o la una. También hay algunos pocos casos de hombres que denuncian por insultos a su antigua mujer, proferidos sobre todo a través del móvil en disputas “por los niños”.
El agente argumenta que un factor que explica que haya más denuncias en Chipiona es su menor nivel sociocultural, que aumenta la conflictividad y frena la resolución amistosa de los litigios conyugales. El municipio de Rocío Jurado vive de su rica agricultura (el vino moscatel, las flores cortadas), el turismo (multiplica su población en verano), la pesca y, en parte menor pero no desdeñable, el tráfico de hachís.
Cuatro amigas maduras del pueblo, Trinidad, Ana, Mari Ángeles y Manoli, pasan la tarde de tertulia en la playa Cruz del Mar. Conocieron a Rocío Jurado y de su heroína alaban su formalidad, tranquilidad, prudencia y sencillez en la vida cotidiana, cuando se bajaba de los escenarios. “Si la madre viviera, no habrían llegado las cosas a donde están, porque ella era el sedante de toda la familia”, opina Trinidad Rojas sobre el drama de su hija. ¿La cree? “No me la acabo de creer al cien por cien. Ha pasado mucho tiempo y veo mucho odio. Si él lo ha hecho, que lo pague, pero si los jueces han echado las denuncias para atrás, da que pensar. Me da pena de los niños y de él, que lo han dejado sin trabajo”, dice en alusión a la decisión de Telecinco de cancelar las lucrativas colaboraciones de Antonio David Flores en Sálvame como condena laboral por la confesión de su ex.
El grupo de amigas se sabe de cabo a rabo el argumento y el elenco salido del mundo real, y, como tantos en España, comentan y especulan sobre los detalles del alejamiento de Rocío Carrasco de su familia de Chipiona, los dos millones de euros que se dice que ha cobrado por la serie y si su actual pareja, Fidel Albiac, la tiene “abducida” o ella actúa libremente.
“Rocío Jurado era un fenómeno como persona”, dice Ana Vega, que, por su trabajo de bailaora de flamenco, coincidió profesionalmente con ella en tablaos de Madrid como Los Canasteros y Las Brujas. ¿La cantante, icono de mujer libre en la vida real y en la ficción de las canciones que le escribía el gran Manuel Alejandro, sabía que su hija sufría maltrato? ¿Le aconsejó en ese caso que lo denunciara, o que aguantara? El culebrón no ha dado respuesta aún a estas preguntas. Lo que ya tiene claro Ana es una conclusión: si Rocío Jurado levantara hoy la cabeza, “se moría otra vez”.
Frente a la playa de Regla, pasado el faro del siglo XIX, el más alto de España con sus 69 metros de altura, está en el número 11 del Paseo de la Luz el bar de copas Picoco, un clásico de la noche chipionera. El lugar es clave en la ruta de esta historia. El madrileño Manuel Pantoja, dueño de un local que lleva “40 años abierto, más que Pachá”, cuenta a EL ESPAÑOL sentado en la terraza: “Le puse el nombre por el apodo de mi padre, Vicente Pantoja Picoco, que era de Jerez y amigo de Rocío Jurado y su familia. Mi padre organizaba fiestas flamencas (hizo dos en la Casa Blanca) y llevó a algunas a Rocío cuando empezaba. Compartieron casa en Madrid. Por la amistad de las familias, conocemos a su hija desde que nace. En verano, su madre, cuando estaba de gira, la dejaba en la casa de Chipiona con su tía Gloria, y cuando salía le decían, ‘vete con los Picocos’”.
Y Antonio David Flores, ¿cómo apareció por aquí? “Entonces le llamábamos David sólo, lo de Antonio David vino después. Era uno de los 14 o 16 ‘polillas’, guardias civiles salidos de la academia, que venían ese verano al cuartel de Chipiona, cuando estaba el cuartel enfrente de la guardería de Pepita Pérez. Un camarero mío, Antonio Lozano, los presentó. Sus vidas se cruzaron aquí, en julio de 1994”, dice. “Mira, éste es el celestino”, añade bromeando al llegar a la mesa el aludido.
Antonio Lozano recuerda, señalando la bajada del bar a la playa, cómo se produjo aquel nuevo contacto del azar sin el que no existiría esta novela colectiva: “Ella bajaba y él subía, y le dije: ‘David, te voy a presentar a Rociito, la hija de Rocío Jurado’. Por supuesto que sabía que era la hija de Rocío Jurado, porque se lo dije”. Aquel joven, al que dieron acogida en el bar como a tantos otros clientes, era “guapo, muy ligón”, con el torso desnudo como “un Adonis”. Y ella, una niña, “muy buena gente”, rememoran los hosteleros.
Pantoja se queja, sin demasiada acritud, de que el joven guardia de prácticas que de día era su amigable cliente “se transformaba” de noche al ponerse el uniforme y hacer patrullas con, a su juicio, abusivo rigor: “Venía a vigilarla a ella, que estaba en la chupitería que tenía yo ahí en la esquina, y hacía el paripé. Nos clavó tres multas de 75.000 pesetas, que tuve que ir a pagar a Cádiz. No se portó bien con nosotros”.
El empresario, que también tiene ahora un chiringuito a pocos metros en la arena, el Awa, recuerda que la entonces adolescente de 17 años estaba “sobreprotegida” por su famosa madre y sus familiares en aquellos días de verano. “Le hacían volver a las 10 de la noche. Yo la he llevado a Rocío en moto y era aún de día: terminaba la noche de día”. Lo que sugiere que esas restricciones la animaron a irse de casa a vivir con su novio en cuanto tuvo 18, pese a los ruegos de sus padres. Se casó embarazada y con 19 tuvo a su hija, en 1996. En 2000 se separó.
Dejó atrás, con los paparazzi y cronistas del corazón siguiendo su estela, el idílico verano y el chalé de Chipiona. Esta casa sin pretensiones, heredada por su tía Gloria y esta semana vacía, pasaría desapercibida en la calle si no fuera por el rótulo “Mi abuela Rocío” de la puerta y por los mensajes de cariño y admiración que han escrito en los ladrillos del muro exterior los fans llegados en peregrinación desde toda España y América Latina, de Ecuador a Venezuela. “No sabes cuánto te echamos de menos!”, escribió “A.”. “¡Rocío Siempre!”, añadió una mano anónima en otro ladrillo de la oración mural.
El folletín de Rocío Carrasco, la hija, continúa este domingo con dos nuevos capítulos. Son trece, titulados con canciones de su madre. ¿Y después? La historia no acaba nunca. El romance popular de la pasión es inagotable y, cambiados los nombres, seguirá por los siglos de los siglos. Aunque la muerte nos separe.
JGP
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