La Biblia
Es
un conjunto de libros canónicos que en el judaísmo y el cristianismo se
consideran producto de inspiración divina y un reflejo o registro de la
relación entre «Dios y la humanidad».
El milenio
20 Vi
un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una enorme
cadena en la mano. Sujetó al dragón, la serpiente primitiva, que es el
Diablo y Satanás, lo encadenó por mil años y lo arrojó al abismo. Cerró y
selló por fuera, para que no extravíe a las naciones hasta que se
cumplan los mil años. Después lo han de soltar por breve tiempo.
Vi
unos tronos, y sentados en ellos los encargados de juzgar; y a los que
habían sido decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios,
los que no adoraron a la bestia ni su imagen, los que no aceptaron su
marca ni en la frente ni en la mano. Vivieron y reinaron con Cristo mil
años. Los demás muertos no revivieron hasta pasados los mil años. Ésta
es la resurrección primera.
Dichoso
y santo el que tome parte en la resurrección primera. No tendrá poder
sobre ellos la muerte segunda, sino que serán sacerdotes de Dios y de
Cristo y reinarán con él mil años.
Pasados
los mil años soltarán de la prisión a Satanás, y saldrá a extraviar a
las naciones en las cuatro partes del mundo, a Gog y a Magog. Los
reunirá para la batalla, innumerables como la arena del mar. Avanzarán
sobre la anchura de la tierra y cercarán la fortaleza de los santos y la
ciudad amada. Pero cayó un rayo del cielo y los consumió.
El
Diablo que los engañaba fue arrojado al foso de fuego y azufre, con la
fiera y el falso profeta: serán atormentados día y noche por los siglos
de los siglos.
El juicio
Vi un trono grande y blanco y a uno sentado en él. De su presencia huyeron la tierra y el cielo sin dejar rastro.
Vi
a los muertos, grandes y pequeños, en pie ante el trono. Se abrieron
los libros, y se abrió también el libro de la vida. Los muertos fueron
juzgados por sus obras, según lo escrito en los libros. El mar devolvió
sus muertos. Muerte y Hades devolvieron sus muertos, y cada uno fue
juzgado según sus obras. Muerte y Hades fueron arrojados al foso de
fuego –ésta es la muerte segunda, el foso de fuego–.
Quien no esté inscrito en el libro de la vida será arrojado al foso de fuego.
Nuevo cielo y nueva tierra
21 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra han desaparecido, el mar ya no existe.
Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio.
Oí una voz potente que salía del trono:
—Mira
la morada de Dios entre los hombres: morará con ellos; ellos serán su
pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les enjugará las lágrimas de los
ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha
pasado.
El que estaba sentado en el trono dijo:
—Mira, renuevo el universo.
Y añadió:
—Escribe que estas palabras mías son verdaderas y fidedignas.
Y me dijo:
—Se acabó. Yo [soy] el alfa y la omega, el principio y el fin.
Al sediento le daré a beber de balde del manantial de la vida.
El
vencedor heredará todo esto. Yo seré su Dios y él será mi hijo. En
cambio, los cobardes y desconfiados, los depravados y asesinos, los
fornicarios y hechiceros, los idólatras y embusteros de toda clase
tendrán su lote en el foso de fuego y azufre ardiente –que es la muerte
segunda–.
La nueva Jerusalén
Se acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las últimas plagas y me habló así:
—Ven, que te enseño la novia, la esposa del Cordero.
Me
trasladó en éxtasis a una montaña grande y elevada y me mostró la
Ciudad Santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios, resplandeciente
con la gloria de Dios. Brillaba como piedra preciosa, como jaspe
cristalino.
Tenía
una muralla grande y alta, con doce puertas y doce ángeles en las
puertas, y grabados [los nombres] de las doce tribus de Israel. A
oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, a
occidente tres puertas.
La muralla de la ciudad tiene doce piedras de cimiento, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
El que hablaba conmigo tenía una caña de medir de oro, para medir la ciudad y las puertas y la muralla.
La
ciudad tiene un trazado cuadrangular, igual de ancho que de
largo. Midió con la caña la ciudad: doce mil estadios: igual en
longitud, anchura y altura.
Midió la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, en la medida humana que usaba el ángel.
El aparejo de la muralla era de jaspe, la ciudad de oro puro, límpido como cristal.
Los
cimientos de la muralla de la ciudad están adornados con piedras
preciosas. El primer cimiento de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero
de calcedonia, el cuarto de esmeralda, el quinto de ónice, el sexto de
cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de
topacio, el décimo de crisopraso, el undécimo de turquesa, el duodécimo
de amatista.
Las doce puertas son doce perlas, cada puerta una sola perla.
Las calles de la ciudad pavimentadas de oro puro, límpido como cristal.
No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo.
La
ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina
la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las
naciones, y los reyes del mundo le llevarán sus riquezas.
Sus puertas no se cerrarán de día. Noche no habrá allí.
Le traerán la riqueza y el fasto de las naciones.
No entrará en ella nada profano, ni depravados ni mentirosos; sólo entrarán los inscritos en el libro de la vida del Cordero.
22 Me mostró un río de agua viva, brillante como cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero.
En
medio de la plaza y en los márgenes del río crece el árbol de la vida,
que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas son
medicinales para las naciones.
No
habrá allí nada maldito. En ella se encontrará el trono de Dios y del
Cordero. Sus siervos lo adorarán y verán su rostro y llevarán en la
frente su nombre.
Allí
no habrá noche. No les hará falta luz de lámpara ni luz del sol, porque
los ilumina el Señor Dios, y reinarán por los siglos de los siglos.
Venida de Cristo
Me dijo:
—Estas
palabras son verdaderas y fidedignas. El Señor, Dios de los espíritus
proféticos, envió a su ángel para mostrar a sus siervos lo que ha de
suceder en breve. Mira que llego pronto.
Dichoso el que guarde las palabras proféticas de este libro.
Yo soy Juan, el que ha oído y visto esto. Al escuchar y mirar, me postré a los pies del ángel que me lo enseñaba para adorarlo.
Pero él me dijo:
—¡No
lo hagas!, que soy siervo como tú y tus hermanos los profetas y los que
guardan las palabras de este libro. A Dios debes adorar.
Me añadió:
—No
selles las palabras proféticas de este libro, pues su plazo está
próximo. El malvado que siga en su maldad y el impuro en su impureza, el
honrado en su honradez y el santo en su santidad.
Yo llegaré pronto llevando la paga para dar a cada uno lo que merecen sus obras.
Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.
Dichosos
los que lavan sus vestidos, pues tendrán a su disposición el árbol de
la vida y entrarán por las puertas en la ciudad. Fuera quedarán los
invertidos, hechiceros, fornicarios, asesinos, idólatras, los que aman y
practican la mentira.
Yo, Jesús, envié a mi ángel a vosotros con este testimonio acerca de las Iglesias.
Yo soy el retoño del linaje de David, el astro brillante de la mañana.
El Espíritu y la novia dicen: Ven.
El que escuche diga: Ven.
Quien tenga sed venga, quien quiera recibirá de balde agua de vida.
Yo amonesto a los que escuchan las palabras proféticas de este libro:
Si
alguien añade algo, Dios le añadirá las plagas escritas en este
libro. Si alguien quita algo de las palabras proféticas de este libro,
Dios le quitará su participación en el árbol de la vida y en la Ciudad
Santa, que se describen en este libro.
El que atestigua todo esto dice:
—Sí, vengo pronto.
Amén. Ven, Señor Jesús.
La gracia del Señor Jesús esté con todos. [[Amén.]]