Ques que el otro lo ha ofendido.
Y mira que no me canso
de tus caricias constantes:
¿quieres un vestido? !catorce!
¿quieres un reloj? ¡de brillantes!
Ni me importa que la gente
vaya de mí murmurando
que si soy pa ti un muñeco,
que si me has quitado el mando,
que si en la diestra y siniestra
tienes un par de agujeros
por donde se van al mar
los ríos de mi dinero...
¿y a mí qué?
con tal de que a mi vera
tú jamás te me separes,
Toito te lo consiento
menos faltarle a mi madre.
Porque ese mimbre de luto
que no levanta su voz,
que en seis años no ha tenido
contigo ni un sí ni un no;
que anda como un pavesa,
que no gime ni suspira,
que se le llenan de gloria
los ojos cuando nos mira...
que me crió con su sangre,
que me llevó de la mano
pa que yo me santiguase
como todo buen cristiano;
Que en las cancelas del hijo
consumió su juventud
cuando era cuarenta veces
mucho más guapa que tú...
Tienes que hacerte de cuenta
que la viste en los altares
y ponerte de rodillas
antes de hablarle a mi madre.
Porque este amor que te tengo
se los debes a su amor,
que yo me casé contigo
porque ella me lo mandó.
Conque a ver si tu conciencia
se aprende esta copla mía
muy semejante a aquel canto
que escuchamos aquel día
sin saber quién lo cantaba
ni de qué rincón salía:
¡Desde la cuna! ¡a la madre de mi alma
la quiero desde la cuna!
Por Dios, no me la avasalles
que madre no hay más que una,
y a ti... a ti te encontré en la calle.
(Rafael de León)