VUELVA USTED MAÑANA
Eran las cinco de la mañana y el Chuky se levantaba en un par de horas para ir a currar. Pese a todo, seguía sacando hielos de la nevera. Tenía los ojos vidriosos y la calva sudorosa, pero continuaba hilando argumentos enormemente lúcidos. Cuando dijo "El ser humano lleva demasiado tiempo jugando a ser dios" no tuve más remedio que empezar a tomar notas. Y más tarde, cuando la conversación regresó a los culos y las tetas, no dejó de tener su punto de lúcida sapiencia. Fue entonces cuando Chuky dijo:
"Hemos puesto un hombre en la luna y mira lo que hay que seguir haciendo para echar un polvo"
Se me abrieron los ojos y aquella frase quedó grabada a fuego en mi memoria. Yo lo admito: soy un completo lego en materia de mujeres.
Me di cuenta hace un par de años, un día en que quería acostarme con una de ellas y se me hizo obvio que, al ser de día y encontrarme sobrio, no sabía por dónde empezar. Mis conocimientos generales sobre el ser humano, y sobre la mujer en particular, eran tremendamente limitados. No en vano crecí entre ingenieros.
Dame un punto de apoyo y moveré el mundo; dame cualquier cosa que lleve un manual y la haré funcionar; dame un mueble de IKEA con instrucciones y un tenedor y me partiré la espalda.
Pero las mujeres no llevan manual de instrucciones. No hay algoritmos de funcionamiento, no hay libros que muestren en sus páginas cajitas y flechas. Ni siquiera hay botones.
A veces se comportan como onda y a veces como corpúsculo. Si lanzas una mujer por una rendija jamás sabrás adónde irá con certeza, aunque la física cuántica dice que volverá con un par de zapatos.
Así, hace como año y medio ya, decidí un día que comenzaría a estudiar a las mujeres, esos extraños seres a los que adoro y a la vez miro con recelo desde que tengo once años.
Me haría su amigo, estudiaría sus costumbres, trataría de comprender sus pulsiones y sus inquietudes. Sería como Sigourney Weaver en "Gorilas en la niebla".
Decidí que sabía muy poco y que debía empezar prácticamente desde cero. Me senté tranquilo en una silla y le pedí a mi mente que echara un vistazo a mi historia personal y encontrara un recurso que hubiera funcionado alguna vez con consistencia. La buena noticia es que lo encontró.
La mala, que se debía de remontar al jardín de infancia. Daba igual. En cualquier caso era un punto de partida. A partir de ahí construiría mis propios algoritmos probabilísticos. Siempre hacia adelante. Hoy Europa, mañana el mundo.
Caminaba con ella por la calle charlando de cualquier cosa. Yo estaba decidido a pasar a mayores, o al menos a intentarlo. Tenía un nudo en el estómago y me sudaban las manos. Iba a tirarle los trastos a una chica y mi fisiología era la de un tipo que va a saltar de un avión sin paracaídas.
Aquello no tenía ningún sentido. Llegamos por fin al lugar en el que debíamos separarnos, así que me puse frente a ella y recurrí a mi arma secreta. Le dije:
—¿Te puedo dar un beso?
Me sentía de nuevo en el jardín de infancia. Quizá pareciera un gilipollas, pero de repente me sentía extraordinariamente joven.
—¿En la mejilla? —contestó ella. Me alegré de no estar solo en el recreo.
—No, claro. En los labios —aclaré.
Ella abrió los ojos, dio un paso hacia atrás y dijo atropelladamente:
—Eh, oh, ah... ¡Otro día!
Y después se dio la vuelta y salió poco menos que corriendo. Uno nunca se acuerda de que tiene el pollo en el horno hasta que no le preguntan si le pueden besar los labios menores.
En PNL nos enseñan que el fracaso no existe, sino que es feedback. Lo bueno de verlo así es que uno siempre se va contento a casa. Saqué mis conclusiones, me puse los auriculares en las orejas y me largué de allí. Ya sabía algo más sobre las mujeres.
Algo después estaba tomando una cerveza con otra chica. Entre la belleza de sus ojos y los sonidos de la selva me costaba seguir la conversación. Nos terminamos la cerveza y la conversación y salimos del lugar.
Esta vez apenas tenía ligeros retortijones. Quizá si saltaba del avión muchas veces terminaría por hacerlo sin que me temblara el pulso. Quizá en alguno de los saltos llevaría paracaídas.
Llegamos a su moto. Quitó el candado y empezó a ponerse los guantes. Apenas me quedaban unos segundos antes de que se pusiera el casco, así que tuve que actuar con celeridad.
—¿Te puedo dar un beso? —le espeté.
—Uh, oh... ¡Otro día! —contestó atropelladamente.
Se puso el casco y salió disparada. Le faltó hacer un caballito.
En PNL nos enseñan que el fracaso no existe, sino que es feedback. También nos enseñan que, si sigues haciendo lo mismo, obtendrás los mismos resultados.
En aquel momento me di cuenta de que era un hacha recopilando feedback. Después de mis dos primeros experimentos, y a falta de más feedback de ese, podía extraer mi primera conclusión: dentro de cada mujer hay un funcionario.
¡Vuelva usted mañana!
UN ABRAZO DE LUZ...
MEBABIAH