El Sol y la Luna
Hace mucho tiempo, tanto que ya nadie recuerda esto que ahora os cuento, vivía en un reino muy lejano un príncipe, el Príncipe Resplandeciente. Era el heredero de la corona del reino y, al haber fallecido su padre recientemente, tenía que contraer matrimonio antes de que pasase un año de la defunción del monarca. No lo dudó, decidió que se casaría con su pareja, la Hechicera del Pasado, que era además de muy buen linaje.
Cuando faltaban unos meses para la ceremonia, el Príncipe Resplndeciente conoció a una muchacha muy hermosa, la Dama de Plata. Era de alta cuna y no le faltaban cualidades, por lo que el príncipe no tardó en enamorarse perdidamente de ella. Al ver que la chica le correspondía, decidió anular el compromiso con la Hechicera del Pasado y contraer matrimonio con la Dama de Plata.
No fue sencillo comunicarle la ruptura a la hechicera.
- ¿No soy lo bastante hermosa?- preguntó ella al conocer la noticia.
- No es una cuestión de belleza, es que me he enamorado de ella, y no de ti.
- Pero si llevamos juntos dos años- replicó la hechicera con los ojos empañados en lágrimas.
- Lo sé, pero a ella le han bastado unos días para hacerme sentir un amor que no he llegado a experimentar por ti en dos años.
Con estas crudas palabras daba por terminada la relación el Príncipe Resplandeciente.
La Hechicera del Pasado sintió una pena tan grande que se le corrompió el alma, y juró sobre su caldero que se encargaría de estropear la relación entre su amado y la Dama de Plata.
La Hechicera del Pasado urdió un plan, uno muy diabólico, uno cuyas consecuencias supusieran un castigo peor que la muerte para aquella que le había arrebatado su amor.
Siguiendo su plan, la hechicera dejó que se celebrase la boda, de hecho asistió como dama de honor y firmó como testigo el contrato matrimonial. El príncipe llegó a la conclusión de que ella tampoco sentía nada por él y que podían quedar como amigos.
La Dama de Plata y el Príncipe Resplandeciente hacían muy buena pareja, ambos eran muy bien parecidos y lo más importante, se querían mucho.
Mientras la pareja vivía en la tranquilidad, la Hechicera del Pasado, incapaz de olvidar, continuó con su estratagema; llamó a su hermana melliza mayor, la Hechicera del Futuro y le pidió un favor.
- ¿Podrías ayudarme a ascender al cielo para poder hablar con la corte de las Estrellas?- preguntó la Hechicera del Pasado.
- Veo en el intrincado tapiz de tu futuro muy malas intenciones, hermana, no uniré mis fuerzas a las tuyas sólo para dañar a inocentes.
La Hechicera del Pasado fue a visitar a su otra hermana melliza, mayor que ella pero menor que la Hechicera del Futuro, y le hizo la misma petición.
- Veo en tus intenciones que tan sólo deseas elevar al cielo a la Dama de Plata para que resplandezca en la noche y la guíe hasta el día- sentenció su hermana y aceptó.
La Hechicera del Pasado, feliz de que todo marchase tan bien, ascendió uniendo sus poderes a los de su hermana al cielo, y juntas solicitaron una audiencia con la corte de las Estrellas.
- ¿Qué deseáis, hechiceras de la Tierra?- preguntó una estrella.
- Tan sólo un poco de polvo de estrellas- contestó la Hechicera del Pasado.
- ¿Para qué fin deseáis tal parte de nosotras?
- Para poder honrar a una reina de la Tierra ascendiéndola al firmamento.
Debatieron las estrellas, y al no hallar nada que demostrase un futuro mal uso de los poderes del polvo de estrellas, se lo concedieron.
Bajaron a la Tierra las hermanas y ahora sí pudo la Hechicera del Presente ver las intenciones de su hermana.
- ¿De dónde has sacado tanta malicia?- preguntó sin aliento la Hechicera del Presente.
- De ningún sitio, es su destino unirse a mí.
La Hechicera del Pasado solicitó hablar con el Príncipe Resplandeciente, y cuando estuvieron cara a cara le dijo:
- Me gustaría honrar a la Dama de Plata con un presente que no olvidará nunca, un encantamiento muy especial para el que he tenido que subir a los mismísimos cielos.
El príncipe no lo dudó, aceptó el regalo de la hechicera sin saber que sería su perdición. Se fijó una fecha y un lugar, exigió la hechicera que fuera de noche y el príncipe llevar a un guarda como mandaba el protocolo, un defensor por cada persona ajena a la familia real. Al acto, sólo asistirían el príncipe, su esposa y el protector que eligiesen.
Llegó la fecha convenida, y la Hechicera del Pasado se encontró con la pareja real en un lugar alejado de las miradas curiosas.
La Dama de Plata estaba más que hermosa, llevaba un vestido blanco inmaculado, con ribetes plateados y joyas del mismo metal precioso. Había adornado su rostro con polvo de plata que refulgía en la oscura noche. El Príncipe Resplandeciente estaba también muy arreglado de color dorado completamente, tal y como, según la hechicera, requería la ocasión.
- Saludos, majestades, todo un honor que hayan accedido a venir- saludó la Hechicera del Pasado.
- Saludos, ilustre hechicera, muéstranos el encantamiento con el que quieres honrar a mi esposa- contestó el príncipe.
La Hechicera guió en la oscuridad a la Dama de Plata hasta un pedestal de plata y la ayudó a subir. Cuando la Hechicera del Pasado sacó el polvo de estrella, comprobó que era de color dorado, y no le pareció oportuno que el color de aquello que condenaría a su enemiga fuera el mismo que el de las vestiduras de su amado esa noche. Con un sencillo encantamiento tornó parte de los polvos de color plateado.
Comenzó la hechicera a susurrar el encantamiento y cuando hubo terminado apareció sobre la cabeza de la Dama de Plata una corona exiquisita, de un diseño tan encantador que ningún orfebre hubiese podido imitarlo. La corona era de una plata tan reluciente que iluminó la noche cerrada.
Por supuesto el hechizo no terminaba aquí. La Hechicera del Pasado espolvoreó los polvos plateados sobre la Dama de Plata, y ésta comenzó a subir. Ascendía en el cielo creando una escena hermosísima.
- ¡Qué maravilla!- exclamó el príncipe.
La Dama no paró de ascender hasta llegar a las nubes, en las que se recostó.
- Ha sido muy bonito- comentó el Príncipe Resplandeciente- ahora hágala bajar.
La Hechicera se rió.
- No es mi intención, mi señor, además, no puedo. Ahora ella es una estrella, y como tal ha de estar siempre en el cielo adornando la noche.
- Pero entonces no podré estar con ella- replicó apenado el príncipe.
- Esa era la idea- contestó la Hechicera del Pasado.
El príncipe se sintió muy triste, tanto que ni se preocupó de castigar a la hechicera, pero entonces, se oyó una voz.
- Sube, mi amor- dijo la Dama de Plata desde las alturas.
- No puedo, ahora eres una estrella, y yo no puedo ascender hasta tan arriba.
- Sí puedes- replicó ella- estamos unidos por un contrato mágico. Nuestras alianzas de matrimonio nos unen.
El Príncipe Resplandeciente miró su anillo de bodas y, casi sin pensar, ascendió al cielo hasta su esposa.
- ¡No!- gritó la hechicera.
No podía permitir la Hechicera del Pasado que se unieran de nuevo los esposos, así que tomó una decisión que, incluso a ella, le parecía horrible. Pero estaba loca. Y ya no importaba nada.
Con sus últimas fuerzas subió hasta la nube donde estaba la pareja y dejó caer sobre el príncipe los polvos de estrella dorados. Él resplandeció verdaderamente y se convirtió en una estrella mucho más reluciente que ninguna otra, tan brillante como su esposa, pero él de color dorado.
La hechicera consumó su plan con el siguiente hechizo:
"Dos nuevos luceros alumbran la vida, a partir de ahora, uno la noche y el otro el día"
El príncipe desapareció, y sólo quedó la Dama de Plata en su nube, alumbrando la noche, reina de todas las estrellas. Muy sola. Muy triste.
la Hechicera del Pasado cayó desde el cielo, y al tocar la Tierra fue llevada directamente al Infierno a recibir su castigo eterno.
Llegó el día, la Dama de Plata se marchó y apareció el Príncipe Resplandeciente en el cielo, dominando la luz del día.
Seguían queriéndose, pero nunca se veían: cuando él estaba, ella se ausentaba y viceversa.
DE MII CORREO