¡FELIZ NOCHEBUENA!
Noches mágicas, días mágicos, fiestas mágicas. No sabemos de qué escondida fuente mana todo el fervor festivo de la Navidad, pero sigue manando a pesar de que su fundamento religioso se ha diluido tanto entre el bullicio y el consumo, que no queda tiempo para pensar. Pero nos queda el sentir y el sentirnos y el darnos a sentir. Las tradiciones navideñas, antiguas unas y de anteayer mismo otras, dan vida y sentido a estas fiestas en que con tanto placer volvemos a ser niños.
Feliz Invento el del belén, de San Francisco de Asís: de él tenía que venir. Es como el Play mobil, pero mucho más enredoso si se quiere, y por tanto infinitamente más vivo y creativo. Hay que diseñarlo mínimamente, y empezar a sacar las reservas de adornos y figuras y complementos que se guardan de un año para otro. Hay que ir al monte o a las ferias de Santa Lucía a buscar piedras, troncos y ramas, musgo, corcho, piedrecitas, tierra, arena… todo lo que uno vea que puede servir. Y luego viene el hacerlo: aquí la cueva; de ella partirá el camino tortuoso que pasa por montes y atraviesa el río, y tierras y desiertos. Hay que bajar a la calle decenas de veces a comprar si no un pastor, un puente, si no una oveja o un buey o un San José, o una casa, o un pozo…
Y qué menos que una lucecita en la cueva, y otra bajo la leña, simulando el fuego de los pastores. Se necesita ser niño para meterse en esos enredos y vivirlos con emoción. Luego vendrá el retoque de cada día: los Reyes han de ir avanzando por el camino que lleva a la cueva; los pastores y sus animales no pueden estar siempre en el mismo sitio. La casita ésta quedaría mejor más cerca del camino; aquí en la cueva empieza a sobrar gente, que ya los pastores le hacen sombra a San José…
El guión es muy escueto, pero ahí está bien viva la historia de la Navidad. Y el árbol venido del Norte. Es otra historia. Un árbol mágico cuyas ramas se van cargando de frutos en forma de los regalos sorpresa que se se hacen unos a otros los miembros de la familia. Distinto del belén e igualmente bueno; por eso se ha incorporado en muchas casas sin desplazar al belén. No forma parte de las tradiciones hispanas, pero ha prendido con fuerza, porque es el aglutinador del espíritu de generosidad de estas fiestas.
Es el Arbol Sagrado en el que se sostiene el culto del intercambio de regalos. Y el culto a la mejor mesa del año en todos los sentidos: las mejores realizaciones del arte culinario de la familia, haciendo más hincapié unas tradiciones en la cena de Nochebuena, y otras en la comida de Navidad, ambas de gran gala; mesas puestas con la mayor exquisitez, en torno a las que se reúne toda la familia, en el sentido más extenso de la palabra. Y los turrones, mazapanes, polvorones y otros postres típicamente navideños, y el cava. Y el jolgorio de los villancicos al son de panderetas y zambombas…
Y la Misa del Gallo, cada vez menos, o la del día de Navidad, las más solemnes del año, con gran esplendor de música, luciendo los asistentes sus mejores galas. Y en las calles, en los comercios, en todas partes, un esplendor inusitado. Es realmente importante el cúmulo de tradiciones en que se sustenta la celebración de la Navidad.