Una palabrita tan chiquita que se hace gigante. Una palabrita
tan chiquita, donde cabe todo. ¡Una palabrita tan fácil de pronunciar
y tan difícil de vivir!
Cuatro letras solamente. Pero son los cuatro brazos de tu cruz,
los cuatros ejes que te sostienen, los cuatro resortes
que te mueven
y las cuatro rosas que te perfuman.
Amor… tan intangible y tan palpable, tan fugaz y tan eterno, tan
raíz y tan flores, tan recóndito y tan lleno de luz.
Amor… se dice en un suspiro, se pierde en su adiós. Vuela con
el viento, ¡pero nada te lo arranca del corazón!
Para construir el amor se necesita un cimiento de piedra, un poco
de poesía, la mano maestra de Dios ¡y el pulimento que le vas
poniendo todos los días!
No lo hagas con rendijas para las palabras, goticas para el rocío,
hilitos para la luz. Hazlo con más raíz que ramaje, más savia que
flores y más nido que follaje. Hazlo más tupido, más trenzado,
más impenetrable, más tuyo, “más tronco”.
Que tu amor sea tierno para la vida, sensible para las emociones,
sostenedor para el camino, tibio en la penumbra
¡y ardiente bajo el sol!
Con el amor se abren los secretos, se llenan los vacíos,
se desborda la copa ¡y se crece hacia otro!
Se pone la estrella en lo más alto, la raíz en lo más profundo
y la luz en el milagro… como “faro de la vida”.
Amor es tomar la delantera al perdonar. Es ceder el escalón…
y dejar pasar. Es olvidarse de exigir y hacer felicidad con lo
que se tiene. Es tomar en cuenta a otros antes que a uno.
Es dar, sin pagos ni remuneraciones. Es no fallar en el dolor,
estar detrás del éxito y delante en el sacrificio.
El amor es eso que saca las razones de sus contenes, la
inteligencia de sus casillas, el corazón del pecho, y a uno de
sí mismo para convertirlo en otro.
El amor no se sostiene con cadenas, ni prohibiciones, ni dinero,
ni hijos, ni sexo. Al amor lo sostiene esa agujita de hilos
largos que va entretejiendo tiempo, paciencia, amores y
perdones a través de la vida.
El amor es apariencia… hasta que se entrega en su totalidad.
Es hábito de vida, hasta que lo recubres con ternura,
lo anudas con raíces ¡y lo adornas con besos!
El amor es media vida, hasta que sientes lo que dices,
cumples lo que prometes y aprendes felicidad con lo que te ofrece.
No ames a otro para que te realce, sino para que te realice. No ames a otro para que te mantenga, sino para que
te complemente. No ames a otro para que te facilite y te ayude, sino para
trabajar a la sombra de un buen tronco. No ames a otro para que te consienta, sino para que te exija. No ames buscando tu felicidad, sino la de los otros.
Siembra tu amor por la entraña, sujétalo por dentro y verás
que pasará el tiempo, cambiarán los lugares, se transformará
la vida y tu amor no se muda: permanece firme… Como esas
raíces que se arrancan y vuelven a salir. Como esos tallos
que se rompen y vuelven a retoñar. Como esas flores que se podan
¡y se resisten a morir!
El amor no es para revestir la vida, sino para llenarla por dentro.
No es fuerza de pasión, sino luz de convivencia. No es para
encasquillarnos en él, sino para vivir el placer de entregarlo.
No es juego para pasarla bien: es sangre que nutre la vida.
El amor no es manipular ni aprovechar, ¡sino servir!
No lo bloquea todo con el reproche: abre rendijas para
la compresión. No tiene archivos para el resentimiento:
deja libre espacio para el perdón y el olvido. No acapara,
no busca pedestal, no relumbra para los demás.
Enternece el camino, deja pasar, anuda las raíces
¡y arde por dentro!
El amor es una fuerza que pasa sobre nuestra voluntad,
un viento que vuela sobre nuestros defectos, una magia
que transforma nuestras realidades.
El amor encuentra lo que nadie ha visto, conoce lo que
nadie cree y entrega lo que nadie pide. Es un impulso en desarrollo;
palpa, moldea, tienta, siembra ¡y de pronto nos damos cuenta de
que “hemos crecido dentro del otro”!
El amor es universal, porque es tronco de todas las raíces,
palabra de todos los idiomas, aspiración de todos los hombres
¡y luz de todas las vidas! El amor es un camino, pero de subidas
y bajadas, de rutinas y sorpresas, de tropiezos y compensaciones,
de besos y de estrellas, de dolor y de lágrimas.
El amor vale la pena. Cuando lo dejamos pasar nos respira la
vida, nos ensancha el corazón, nos plantamos en él
¡y lo vencemos todo!
Amar no es dar parte de lo que hemos recibido,
sino dar todo lo que tenemos. No es tener las antenas dispuestas a la sensibilidad,
sino el corazón dispuesto para el dolor. No es el estremecimiento pasional, sino el recubrimiento
de esas sensaciones con sentimientos profundos. Amor no es juntar los labios y cerrar los ojos.
Es juntar alma con alma y dar cabida a todos los renunciamientos. No es lo que nos viene bien en determinado momento de la vida.
Es lo que escogemos para siempre, como centro
vital de la existencia. No es lo que se siente cuando se baila, cuando
se toma, cuando se mira el cielo. Es lo que se siente
en una prueba dura, en una lágrima amarga,
en un dolor profundo. Es vibración con ternura. Son palabras con comprensión.
Es promesa con fe y confianza. No es solamente ser humanos, sino comprender que se
ha infiltrado en nosotros algo sobrenatural y divino.