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General: TEXTO DEL INDIO SEATTLE AL PRESIDENTE DE EEUU.
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: MEBABIAH  (Mensaje original) Enviado: 09/08/2012 23:21
Mensaje Mensaje 1 de 1 en el tema

TEXTO DEL INDIO SEATTLE AL PRESIDENTE DE EEUU.

( Carta de Seattle, jefe de la tribu Suwamish al presidente

de los Estados Unidos, Mr. Franklin Pierce, el año 1855,

como respuesta a su oferta de compra de las tierras

Suwamish.)

El gran caudillo de Washington ha ordenado hacernos

saber que nos quiere comprar las tierras. El gran caudillo nos

ha mandado también palabras de amistad y de buena voluntad.

Apreciamos mucho esta delicadeza porque conocemos la poca

falta que le hace nuestra amistad. Queremos considerar su

ofrecimiento, pues sabemos que si no lo hiciéramos, pueden

venir los hombres de piel blanca a tomarnos las tierras con sus

armas de fuego. Que el gran caudillo de Washington confíe en

la palabra del líder Seattle con la misma certidumbre que

espera la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables

como estrellas.

¿Como podéis comprar o vender el cielo o el calor de la

tierra? Se nos hace extraña esta idea. No son nuestros el frescor

del aire ni los reflejos del agua. ¿Cómo podrían ser comprados?

Lo decidiremos más adelante. Tendríais que saber que mi

pueblo tiene por sagrado cada rincón de esta tierra. La hoja

resplandeciente; la arenosa playa; la niebla dentro del bosque;

el claro en la arboleda y el zumbido del insecto son

experiencias sagradas y memorias de mi pueblo. La sabia que

sube por los árboles lleva recuerdos del hombre de piel roja.

Los muertos del hombre de piel blanca olvidan su tierra

cuando empiezan el viaje en medio de las estrellas. Los nuestros

nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos un pedazo

de esta tierra; estamos hechos de una parte de ella. La flor

perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa: todos son

nuestros hermanos. Las rocas de las cumbres, el jugo de la

hierba fresca, la calor de la piel del potro: todo pertenece a

nuestra familia.

Por esto, cuando el gran caudillo de Washington manda

decirnos que nos quiere comprar las tierras es demasiado lo que

nos pide. El gran caudillo quiere darnos un lugar para que

vivamos todos juntos. El nos hará de padre y nosotros seremos

sus hijos. Hemos de meditar su ofrecimiento. No se nos

presenta nada fácil ya que las tierras son sagradas. El agua de

nuestros ríos y pantanos no es sólo agua, sino la sangre de

nuestros antepasados. Si os vendiésemos las tierras, haría falta

que recordaseis que son sagradas y lo tendríais que enseñar a

vuestros hijos y que los reflejos misteriosos de las aguas claras

de los lagos narran hechos de la vida de mi pueblo. El

murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son hermanos nuestros, porque nos libran de la

sed. Los ríos arrastran nuestras canoas y nos dan sus peces. Si

os vendiésemos las tierras, tendríais que recordar y enseñar a

vuestros hijos que los ríos son hermanos nuestros y también

vuestros. Tendríais que tratar a los ríos con el corazón.

Sabemos bien que el hombre de piel blanca no puede

entender nuestra manera de ser. Tanto le importa un trozo de

tierra que otro, porque es como un extraño que llega de noche

a arrancar de la tierra todo lo que necesita. No ve la tierra como

una hermana, sino más bien como una enemiga. Cuando la ha

hecho suya, la menosprecia y sigue andando. Deja atrás las

sepulturas de sus padres y no parece que eso le duela. No le

duele desposeer la tierra de sus hijos. Olvida la tumba de su

padre y los derechos de sus hijos. Trata a la madre tierra y al

hermano cielo como si fueran cosas que se compran y se

venden; como si fuesen animales o collares. Su hambre

insaciable devorará la tierra y detrás suyo dejará tan sólo un

desierto.

No lo puedo comprender. Nosotros somos de una manera

de ser muy diferente. Vuestras ciudades hacen daño a los ojos

del hombre de piel roja. Tal vez sea porque el hombre de piel

roja es salvaje y no puede entender las cosas. No hay ningún

lugar tranquilo en las ciudades del hombre de piel blanca;

ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el

despliegue de las hojas, o movimiento de las alas de un insecto.

Tal vez me lo parece a mi porque soy un salvaje y no

comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto

para el oído. Y yo me pregunto: ¿qué tipo de vida tiene el

hombre cuando no es capaz de escuchar el grito solitario de

una garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor del

charco? Soy un hombre de piel roja y no puedo entender. A los

indios nos deleita el ligero murmullo del viento fregando la cara

del lago y su olor después de la lluvia del mediodía, con su

peculiar fragancia.

El hombre de piel roja es conocedor del valor

inapreciable del aire ya que todas las cosas respiran su aliento:

el animal, el árbol, el hombre. Pero parece que el hombre de

piel blanca no sienta el aire que respira. Como un hombre que

hace días que agoniza, no es capaz de sentir la peste. Si os

vendiésemos las tierras, tendríais que dejarlas en paz y que

continuasen sagradas para que fuesen un lugar en el que hasta

el hombre de piel blanca pudiese saborear el viento endulzado

por las flores de la pradera.

Queremos considerar vuestra oferta de comprarnos las

tierras. Si decidiéramos aceptarlo tendré que poneros una

condición: que el hombre de piel blanca mire a los animales de

esta tierra como hermanos.

Soy salvaje, pero me parece que tiene que ser así. He

visto búfalos a miles pudriéndose abandonados en las praderas;

el hombre de piel blanca les disparaba desde el caballo de

fuego sin ni tan sólo pararlo. Yo soy salvaje y no entiendo

porqué el caballo de fuego vale más que el búfalo, ya que

nosotros lo matamos sólo a cambio de nuestra propia vida.

¿Qué puede ser del hombre sin animales? Si todos los animales

desapareciesen , el hombre tendría que morir con gran soledad

de espíritu. Porque todo lo que les pasa a los animales, bien

pronto le pasa también al hombre. Todas las cosas están ligadas

entre sí.

Haría falta que enseñaseis a vuestros hijos que el suelo

que pisan son las cenizas de los abuelos. Respetarán la tierra si

les decís que está llena de vida de los antepasados. Hace falta

que vuestros hijos lo sepan, igual que los nuestros, que la tierra

es la madre de todos nosotros. Que cualquier estrago causado a

la tierra lo sufren sus hijos. El hombre que escupe a tierra, a sí

mismo se está escupiendo.

De una cosa estamos seguros: la tierra no pertenece al

hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. El hombre no

ha tejido la red que es la vida, sólo es un hijo. El sufrimiento de

la tierra se convierte a la fuerza en sufrimiento para sus hijos.

Estamos seguros de esto. Todas las cosas están ligadas como la

sangre de una misma familia.

Hasta el hombre de piel blanca, que tiene amistad con

Dios y se pasea y le habla, no puede evitar este destino nuestro

común. Tal vez sea cierto que somos hermanos. Ya lo veremos.

Sabemos una cosa que tal vez descubriréis vosotros más

adelante: que nuestro Dios es el mismo que el vuestro. Os

pensáis que tal vez tenéis poder por encima de Él y al mismo

tiempo lo queréis tener sobre todas las tierras, pero no lo podéis

tener. El Dios de todos los hombres se compadece igual de los

de piel blanca que de los de piel roja. Esta tierra es apreciada

por su creador y estropearla sería una grave ofensa. Los

hombres de piel blanca también sucumbirán y tal vez antes que

el resto de tribus. Si ensuciáis vuestra cama, cualquier noche

moriréis sofocados por vuestros propios delitos. Pero veréis la

luz cuando llegue la hora final y comprenderéis que Dios os

condujo a estas tierras y os permitió su dominio y la

dominación del hombre de piel roja con algún propósito

especial. Este destino es en verdad un misterio, porque no

podemos comprender que pasará cuando los búfalos se hayan

extinguido; cuando los caballos hayan perdido su libertad;

cuando no quede ningún rincón del bosque sin el olor del

hombre y cuando por encima de las verdes colinas nuestra

mirada encuentre por todas partes las telarañas de hilos de

hierro que llevan vuestra voz.

¿ Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Dónde está

el águila? Desapareció. ¡Así se acaba la vida y empezamos a

sobrevivir!



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