Había una vez, hace mucho tiempo, un joven que inició sus
estudios para llegar a ser un gran sabio. Sabio de las cosas,
de las esencias, de los conocimientos terrenales, y de los que
van más allá de un cuerpo o una piedra.
La prueba parecía sencilla, pero requería de un gran esfuerzo y
concentración. Debía recorrer un gran camino, una gran
montaña, y nadar un gran río para llegar por fin al lugar donde
el Gran Sabio lo esperaría y le daría la respuesta a todos
los misterios de la vida.
Durante el camino, debía recoger todas aquellas cosas que
marcaban su trayecto, cosas que para él fueran importantes,
partiendo desde el inicio con la ayuda de un mapa, y una
cantimplora llena de agua.
El viajero y futuro sabio no podía evitar pararse a ver todo
aquello que le rodeaba. Grandes árboles llenos de jugosas frutas, las especies animales más raras y bonitas que nunca había visto, arco iris,
lagunas, ninfas, duendes… De todo aquello quiso guardar un
grato recuerdo, así que no lo dudó y llenó su maleta de esas cosas.
Antes, eso si, se aseguró de dejar un compartimento para
víveres y comida. Guardó hojas, arena pisada por un unicornio,
conchas, ramas, piedras extrañas, hasta que se encontró
con un pequeño duende.
- Quiero llevarte conmigo – dijo el futuro sabio.
- Ni lo pienses, no pienso hacer todo el recorrido contigo,
soy más pequeño, y me fatigo rápidamente – protestó el
pequeño duende.
- ¡No hay problema! Me queda espacio en mi mochila,
puedo llevarte dentro.
- ¿Seguro? No quiero ser molestia… – dijo el duende
con una pequeña sonrisa.
- ¡Seguro! – afirmó el caminante imaginando ya la cara de
sorpresa que pondría el Gran Sabio al verlo.
Así pues, ambos marcharon por el largo camino.
Pasaron días y más días, y por fin, a la salida del frondoso bosque,
el caminante pudo divisar la cima del Gran Sabio.
Una vez llegó, el Gran Sabio, después de felicitarlo por tal
esfuerzo, le dijo:
- Has llegado hasta aquí, pero necesito que me digas
qué cosas has seleccionado para la mochila de tu vida.
- ¡No te lo vas a creer! Conseguí arena pisada por un
unicornio, conseguí las alas de una pequeña hada, conseguí
un par de las piedras más extrañas jamás vistas, y lo mejor…
¡conseguí un duende!
- ¿Un duende?? – preguntó incrédulo el Gran Sabio.
- ¡Así es! Compruébalo tú mismo…
Una vez abierta la mochila, podía verse que en el interior sólo había una piedra,
una cantimplora vacía, y un pequeño agujero.
- ¿Una piedra y una cantimplora vacía? ¿Eso es lo que llevas
en tu mochila de vida? – preguntó incrédulo el Gran Sabio.
- ¡No puede ser! Ese enano abrió la mochila, bebió mi agua,
comió mi comida, cogió las alas de la hada y huyó.
- La tierra debió haberse quedado por el camino…
– dijo el Gran Sabio conteniendo una pequeña sonrisa.
- ¡Pero no es justo! ¡He llegado hasta aquí! – dijo furioso
el caminante
- Aún así no lo has conseguido. No has entendido el
gran misterio de la vida…
En esta vida solo llevamos una mochila para hacer el
camino ¿El misterio? ¡Muy sencillo! Llenarlo de esas
cosas que nos importan de verdad, que nos hagan
crecer y que nos aporten algo. Si nos empeñamos en
llevar cosas negativas dentro de la mochila, la vaciará,
se lo llevará todo… y llegarás al final del trayecto sin nada.
El mensaje de este cuento está claro. Sólo disponemos de una
oportunidad, no habrá otra vida que vivir, ni otro momento para
hacerlo bien. Así que sigamos equivocándonos, aprendiendo,
educándonos, disfrutando, corrigiendo, amando… pero
hagámoslo con esas cosas (léase también personas) que nos
ayuden a que la mochila pese menos, o al menos a que
merezca la pena llevar ese peso.
No llenemos la mochila de piedras pesadas, de objetos inútiles,
que nos hagan ir más lentos, más despacio, más arrepentidos, más tristes…
Quizá ha llegado el momento de parar, abrir la mochila, y mirar
qué cosas queremos llevar, y qué cosas queremos dejar
en el camino.
Quizá es duro hacerlo, y más duro llegar a la conclusión, pero
veréis que bien luego, cuando la mochila pese menos, y el
camino más divertido.
¡Feliz viaje