CHARO MANJÓN.
26-2-2013
Cuentan que hace mucho, pero mucho
tiempo, en una estrella situada lejos de la Vía Láctea, la atención
de un niño fue cautivada por la amorosa presencia de un anciano de largos
cabellos, que sin mover sus manos creaba en el aire bellísimos dibujos, con
finos granos de arena, que emitían una luz muy especial.
Mientras el niño permanecía deslumbrado, observando tal despliegue de
creatividad y hermosura, el anciano suavemente se inclinó y escribió, con letra
grande y clara: “Potencial”.
En la cara del niño apareció una expresión de extrañeza, ¿qué significa esa
palabra?
“Te estaba esperando” le dijo el anciano, mientras hizo una breve seña para que
se sentara a su lado, al tiempo que abrió una bolsa aterciopelada color marrón.
“¿Qué son?”, preguntó el niño movido por la curiosidad. “Parecen piedras
chiquititas”, comentó.
“Son semillas -le explicó el anciano-, no las conoces porque son creadas
para otra realidad. Muy lejos de este mundo, hay un magnífico planeta escuela,
llamado Tierra, a donde viajan las semillas para manifestar su potencial”.
“¿Qué significa potencial?, dijo el niño, con premura, queriendo conocer el
significado de la misteriosa palabra que lo mantenía preso de la duda.
Sin que mediara explicación alguna, el anciano giró sus manos trazando un
círculo dorado. Allí el pequeño vio aparecer un frondoso árbol frutal, que al
instante comenzó a comprimirse hasta que su esencia quedó dentro de una
semilla.
“¡Guauuuu!”, exclamó el niño.
Al ver su rostro completamente fascinado por lo que acababa de presenciar, el
anciano le explicó: “potencial significa que tiene la posibilidad de ser o
existir, por eso ahora esa semilla potencialmente es el árbol que recién viste
replegarse hasta su mínima expresión”.
“Creo que comprendo –contestó el niño-, la semilla es como si fuese una pequeña
valija que protege al árbol y le permite viajar hacia otra realidad, ¿no?”.
“Sí, podríamos decir que así es”, afirmó el anciano.
Al ver el interés que mostraba el niño, el anciano continuó explicándole: “Lo
mismo sucede con los seres que van a la Tierra. Antes de
encarnar, sus espíritus visionan aquello en lo que quieren convertirse, y luego
lo repliegan dentro de una semilla roja, llamada corazón, que al abrirse les
permite plasmar lo que potencialmente ya son”.
“¿Las semillas-corazones de esos seres se abren solas?”, preguntó el niño.
“Se abren cuando internamente así lo sienten, -aclaró el anciano- pues se trata
de un planeta de libre albedrío al que para ingresar deben jugar a ponerse un
velo, que les impide recordar lo que en espíritu ya conocen”.
Un tanto confundido, el pequeño retomó la palabra y dijo: “¿Por qué juegan a
olvidar lo que ya conocen?”
“Lo hacen para poder sentir eso que intuyen que llevan dentro –le explicó-,
pues jugando a ignorar lo que ya conocen pueden nutrirse de innumerables
vivencias aleccionadoras, que les permiten desarrollar nuevas habilidades para
continuar viajando, por todo el universo, en busca de otros desafíos que los
impulsen a evolucionar”.
El niño hizo una breve pausa, para asimilar lo escuchando, y nuevamente
preguntó: “¿Ese velo del olvido no podría hacer que esos seres se sientan
perdidos o confundidos, y quieran buscar fuera lo que no recuerdan que ya
tienen dentro