Juan 10:16 También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.
¡Me encanta la figura de un pastor con un corderito sobre los hombros!
Este es un símbolo hallado en alguna de esas tantas antiguas catacumbas cristianas. Las ovejas pertenecen a Cristo, el buen pastor, y no a algún hombre en particular. Nadie tiene derecho, en este sentido, a hablar de “mi iglesia” o “mi rebaño”.
Si recorremos las páginas del Nuevo Testamento no existe la iglesia del pastor zutano, nombrado, o mengano. “Solo existe la Iglesia del Señor Jesucristo”. Esta iglesia “de Cristo” aquella del Nuevo Testamento, se reúne en torno a él en cada ciudad, reconociéndole como única cabeza y pastor. En ella, a través del ministerio de “todos los santos” se llevaba a cabo la edificación.
Te preguntarás: ¿Qué de los ministros del Señor, mencionados en Efesios 4:11,12? Pues bien, ellos también estarían allí, como hermanos dotados entre sus hermanos a fin de capacitarlos para la obra del ministerio, jamás sustituirlos o reemplazarlos en su labor. Sin embargo cabe destacar todo ello habría de surgir después de algunos años de vida en común alrededor del Señor. La mutua edificación, exhortación, consolación y cuidado eran en principio la responsabilidad conjunta de todos los miembros del cuerpo de Cristo. No de un pastor o ministro profesional como ocurre en la actualidad.
La diferencia es formidable, pues los ministros dotados como dones de la palabra en el Nuevo Testamento no constituían una clase especial de cristianos diferentes a sus hermanos. Las diferencias entre ellos eran funcionales y orgánicas. Las iglesias de los gentiles establecidas por Pablo y sus colaboradores comenzaba casi siempre con un grupo de creyentes reunidos en una casa, a los cuales un apóstol (o un equipo de ellos según sea el caso) transmitía el fundamento de Cristo, enseñándoles a edificarse mutuamente bajo la dirección el señorío de Cristo. Luego, era Cristo quien les impartía desde el comienzo toda la vida y dirección que requerían.
Gradualmente (normalmente pasaban algunos años) después de experimentar entre ellos la vida colectiva de Cristo según el fundamento recibido de los apóstoles, y siendo edificados por el Espíritu Santo, algunos hermanos comenzaban a destacarse por su trayectoria, fidelidad, conocimiento, paciencia, fe y fortaleza.
Naturalmente el resto de los hermanos comenzaba a confiar en ellos como hermanos mayores y más maduros a los cuales acudir en tiempos de crisis para encontrar sabiduría y dirección. Estos creyentes podían reflejar a Cristo de una manera real y practica para el resto de sus hermanos, claro habían sido probados, amoldados, quebrantados y transformados en la vida compartida de todo el cuerpo.
Además, algunos de ellos (no todos) mostraban un conocimiento mas profundo de la palabra de Dios y tenían un don específico para comunicarlo a sus hermanos. ¿Quiénes eran? Pues bien algo nuevo se había desarrollado silenciosamente entre los hijos de Dios: El Espíritu Santo había formado ancianos, profetas y maestros.
Nada esta mas lejos de nuestro actual concepto de pastor que los ancianos y líderes de la premiara iglesia. Ellos no constituían ninguna casta especial entre los hermanos. No vestían distinto, no hablaban un lenguaje “más espiritual” que el resto, no predicaban el sermón del domingo, y no recibían un tratamiento honorifico o con títulos especiales por otra parte de los hermanos. Tampoco eran expertos consejeros matrimoniales, sicólogos, sicólogos aficionados, filósofos, elocuentes predicadores, consumados maestros, triunfadores de oración, maestros de ceremonias, presidentes de la junta de diáconos, y todo eso junto…en suma, la figura central de la iglesia, sin cuya presencia todos los demás se sienten perdidos. Dicha figura, tan esencial en el cristianismo contemporáneo, no tiene ningún referente en la iglesia neo testamentaría.
¡Que distanciamiento tan enorme de aquel fundamento y la sencillez original!
Fíjense, en la actualidad, cuando un joven creyente siente un llamado a servir al Señor, debe iniciar un largo proceso de especialización y separación del resto de sus hermanos hasta convertirse en ese hombre “especialista” en asuntos espirituales que es el moderno pastor, ministro, obispo, reverendo, doctor, apóstol o como quiera que se le llame.
De esta manera se introduce una trágica palanca entre los creyentes. Por un lado, está este hombre especial, distinto y consagrado a hacer la obra del Señor y por otro, la gran masa pasiva de cristianos que año tras año se congregará en torno al “ministerio” de ese hombre para escuchar sus sermones, oír sus consejos, recibir su aliento y dirección mientras se dedican casi enteramente a sus propios asuntos privados.
Se establece así la anti bíblica separación entre el clero y los laicos, entre cristianos de primera y de segunda categoría, que alcanza su máxima expresión en la versión Romana. No es extraño, entonces que aquel pastor a pesar de esforzarse sinceramente en desarrollar la vida espiritual de “su congregación” se encuentre con un permanente estado de infancia espiritual entre los creyentes, pues dicha forma impide la edificación de la iglesia según el patrón divino de servicio y ministerio mutuo entre los creyentes.
Este es el lado menos oscuro de la luna. Existe otro, mas oscuro y a la vez más destructivo. Nuestro joven aspirante a ministro ha iniciado su senda de separación de la iglesia real y secretamente comienza a desarrollar un síndrome perturbador, aunque desgraciadamente mucho mas común de lo que es deseable. Es el síndrome de “mi ministerio”. Pronto todas sus energías estarán concentradas en desarrollar eso que él llama “mi ministerio”.
Levantara una gran iglesia, para ejercer su ministerio, hará grandes campañas para ejercer su ministerio; o echara a andar una poderosa organización no denominacional, de la cual, por cierto, el será la figura predominante. Todos los demás hermanos, pensará, se los habrá dado el Señor para desarrollar su ministerio. Porque, a sus propios ojos, él es el hombre escogido, a quien el Señor ha revelado sus caminos y otorgado una visión. Ante si mismo es un visionario, el instrumento por el cual Dios realizara el deseo de su corazón. Por cierto, para llevarlo a cabo requiere el aporte de otros creyentes. Pero ¡cuidado! Esos hermanos deben saber que él es el vaso elegido. Simplemente estarán allí para ayudarle a desarrollar el ministerio que Dios le dio a él. Jamás deberán dudar o cuestionar ese hecho. Levantaran costosos edificios, construirán poderosas organizaciones, y hasta escribirán libros que llevaran su nombre (el nombre de los verdaderos realizadores casi siempre estará en las sombras).
Conceptos como autoridad, obediencia, sumisión y servicio serán los ejes centrales de la relación con sus “colaboradores”. Relaciones casi siempre, verticales y dependientes. La impronta de su fuerte personalidad será el factor predominante entre todos los que le siguen. Y los mas trágico, todo el tiempo, pensara que esta realizando “la misma obra de Dios sobre la tierra”.
Su ministerio es exitoso, tiene una hermosa y gran congregación, un lindo automóvil a los pies de un moderno departamento, una familia maravillosa y es invitado permanentemente en todas las grandes conferencias de líderes cristianos. ¡Es figura estelar de cristianismo contemporáneo! Los demás se miran en el espejo de su vida y desean secretamente ser como ese hombre. ¡Parece habitar tan cerca de Dios! Esta casi en la cima a donde todos quisieran llegar.
Pero tiene un grave problema: Toda su obra depende exclusivamente de él. Si su ministerio cae, toda su obra caerá con él. Lo que ha edificado es incapaz de sostenerse por si mismo delante del Señor, ya que su presencia, se hace necesaria e insustituible.
No obstante, su verdadera dificultad se encuentra todavía en otra parte: el desconocer o ignorar que Cristo, y solo Cristo, puede ser el centro de la iglesia. Nadie más tiene ese derecho excepto él. Cualquier hombre que intente realizar una obra en torno a su propio ministerio esta destinado al fracaso delante de Dios, pues él no evalúa nuestra obra por sus dimensiones, eficiencia o renombre ante los ojos de otros.
Vendrá el día en que Cristo simplemente examinará la calidad de los materiales empleados. Y El, que puede mirar a través de todas las cosas, sabrá de donde proviene nuestra obra. El verá como nuestros propios intereses, motivos y afectos personales se han mezclado en todo lo que hemos hecho mientras le servimos. El verá como siempre, en las múltiples encrucijadas de la vida, evitamos la cruz que nos fue ofrecida para llevarnos a vivir más cerca de Cristo. Sabrá que no quisimos perder, ser despojados y rehusamos morir cuando nos llego el momento. Por tanto habremos edificado, pero lejos de Cristo. Esa será nuestra terrible perdida el día en que, bajo los ojos como llamas de fuego, que mira los secretos de todos los corazones, nuestra obra arda hasta consumirse.
DIOS TE BENDIGA
SERGIO CALERO PASTOR
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