Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. 2 Corintios 4:6. (Jesús dijo:) Yo soy la luz del mundo. Juan 8:12.      La luz          “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz… y separó Dios la luz de las tinieblas” (Génesis 1:3-4).        ¡Cuánta oscuridad moral hay en el mundo donde vivimos! Incluso ciertos círculos intelectuales, muy respetados por sus conocimientos, manifiestan inquietud respecto al porvenir de nuestra humanidad. ¿Qué decir del estado de los corazones? La noche se hace cada vez más negra y la mente anda a tientas en busca de un ideal que nunca se alcanza. Diversas voces se alzan para proclamar la felicidad universal mediante ciertas disciplinas morales o religiosas, pero ninguna de ellas es verdaderamente capaz de disipar las tinieblas morales que han invadido a la humanidad.        No obstante, si escuchamos con atención, percibiremos una voz que al principio del mundo proclamó: “Sea la luz”. Esta misma voz se hace oír aún hoy por medio del Evangelio. El que habla no sólo deja entrever una lejana claridad, sino que él mismo es la luz. Su Palabra hace resplandecer y penetrar esta luz en los corazones. “El que me sigue”, dijo Jesús, “no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).        Semejante luz revela el estado de nuestros corazones, pero también revela el corazón de nuestro Dios y el amor que lo llena. Sigamos el consejo de su Palabra: “Venid… y caminaremos a la luz del Señor” (Isaías 2:5).