Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras de Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. 2 Corintios 5:6-8. Lo mejor está delante
El cristiano no aguarda la muerte; espera el momento cuando vea con sus ojos lo que ahora sólo discierne por la fe: Jesús en la gloria, su Salvador y Señor. Nuestro espíritu, que posee la vida de Cristo, actualmente se halla en un cuerpo que Pablo llama “tabernáculo” (o tienda), es decir, un lugar de transición en la tierra, provisorio y frágil. En la resurrección recibiremos un cuerpo conforme al glorioso cuerpo de Cristo (Filipenses 3:21), el cual nos permitirá contemplar al Hijo de Dios en gloria (1 Juan 3:2). En “este tabernáculo” (2 Corintios 5:1) sufrimos y gemimos; en nuestra morada celestial estaremos perfectamente felices, porque nuestro nuevo cuerpo será adaptado a nuestro ser espiritual que tiene la vida de Cristo. Por ello, nosotros no esperamos la muerte, sino el retorno del Señor quien, en un instante, resucitará a los creyentes ya fallecidos y transformará a su semejanza a los creyentes aún vivos. ¿Cuáles son las consecuencias de esta certeza? – Aleja el temor a la muerte que angustia tan fuertemente a quienes no tienen esperanza. – Nos consuela y nos permite consolar a nuestros hermanos y hermanas en la fe, cuando nuestros seres queridos que pertenecen al Señor parten. – Nos reconforta, recordándonos que lo mejor está delante de nosotros. – Nos incita a suplicar a quienes no tienen la paz con Dios: “Reconciliaos con Dios”.
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