De nuevo, perdónOtra vez falté a la caridad. Dejé que la pasión creciera en mi alma. Miré solo en el otro lo que para mí eran faltas, ofensas, insultos. Pensé que era el momento para responder, para defender mi “fama”, para rebelarme contra lo que yo consideraba una injusticia.
Respondí con dureza. El ambiente se calentó más y más. Y cuando el otro, herido por mis palabras, alzó la voz, yo también opté por gritar, por insultar, por hundirme en la rabia.
El fracaso ha sido grave. He ofendido a un hermano, a un familiar, a un amigo. He sido un necio, un miserable, un cobarde. No fui capaz de poner un freno a mi corazón ni a mis palabras. Desprecié al otro, y me destrocé a mí mismo.
No es el momento para una lamentación vacía, para un falso sentimiento de culpa, para una autocompasión como si yo fuera la víctima cuando fui el verdugo.
Es el momento para pedir, desde Dios y con Dios, perdón. Perdón porque no fui humilde. Perdón porque preferí la “justicia” a la misericordia. Perdón porque me faltó paciencia. Perdón, sobre todo, porque pensé más en mis sentimientos que en el corazón de mi hermano.
Sí, es la hora de pedir perdón, porque Dios me perdonó primero. Porque Dios tuvo paciencia conmigo. Porque Dios no está siempre condenando. Porque Dios desea, casi suplica, que vuelva a estar en paz con el familiar o el amigo ofendido.
Pido, de nuevo, perdón. No lo merezco, por la falta que he cometido. Pero precisamente es ahora, según dicen, cuando más lo necesito.
Ojalá mi mano tendida se una a la tuya. Entonces podremos recitar, los dos juntos, desde lo más profundo del alma, las palabras del Padrenuestro: “perdónanos... como también perdonamos...”. |