Él nos llama a la humildad
Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.
Filipenses 2:3
En realidad, es una de las cosas más difíciles de hacer. El orgullo y el egoísmo constituyen la raíz del pecado y la falta más común. Todos los humanos los compartimos. Es decir, no todos somos ladrones, no todos mentimos, pero todos tenemos un problema con el orgullo, la vanagloria o el egoísmo. Por ejemplo, ¿en qué consiste la vanagloria, ese viejo vicio de la humanidad? Es orgullo vacío, estima propia infundada, engreimiento. En otras palabras, "gloria vana". Nosotros, como seres humanos, no tenemos nada de qué gloriarnos. Cualquier rastro de orgullo que manche nuestras acciones siempre será "gloria vana". Por eso, haríamos bien en seguir este consejo: «No debemos trazar planes ni ir en pos de meta alguna, si somos impulsados por motivos o un deseo de superar a otros. Si estos motivos están presentes, nada puede agradar a Dios, aunque su fin sea bueno en sí mismo» {Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 159). Por desgracia, este es un mal que pinta de colores todo lo que hacemos. No hay cosa más atrayente para el corazón humano que triunfar, tener éxito, sobresalir. El problema es que mucho de eso está matizado con las comparaciones y con el espíritu y la supremacía. ¿Existe alguien que, por naturaleza, considere a todos los demás como superiores a sí mismo? Difícilmente, porque por naturaleza todos buscamos la supremacía. Si es que existe alguien que siente y piensa así, es porque la gracia de Dios ya hizo su obra completa y ya ha cultivado la gracia divina de la humildad, que es lo contrario del orgullo. Creo que es la característica divina más destacada después del amor y la justicia. «El universo entero se maravilló al ver que Cristo debía humillarse a sí mismo para salvar al hombre caído. El hecho de que aquel que había pasado de una estrella a otra, de un mundo a otro, satisfaciendo, mediante su providencia, las necesidades de todo orden de seres de su enorme creación, consintiese en dejar su gloria para tomar sobre sí la naturaleza humana, era un misterio que todas las inmaculadas inteligencias de los otros mundos deseaban entender» {Patriarcas y profetas, p. 56). Dios nos llama hoy a seguir el ejemplo de Cristo. El llamado más grande que Dios nos hace es el de la humildad para que podamos ser receptivos a las grandes cosas que él quiere lograr en nuestra vida.
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