Ustedes deben ser mis testigos
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra.
Hechos 1:18
Zacarías, el padre de Juan el Bautista, quedó completamente asombrado, petrificado, cuando el ángel le comunicó la noticia de que su esposa Elisabet concebiría un hijo. No podía creerlo. Había suficientes razones para dudar: su mujer era estéril y ambos eran de edad avanzada. En tales circunstancias, desde el punto de vista humano, era imposible que ella concibiera y diera a luz un hijo. La incredulidad de Zacarías fue reprendida por el mismo ángel que le dio la buena nueva. «Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar [...], por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo» (Luc. 1:20). Sabemos que el Espíritu Santo reproduce a Cristo en nuestra vida, pero en el relato del nacimiento de Juan el Bautista hay otra función que el Espíritu Santo desempeña en la formación de la iglesia. Había una multitud orando fuera del santuario mientras Zacarías ofrecía el incienso: «Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase en el santuario» (Luc. 1: 21). Esperaban escuchar la voz del sacerdote. Deseaban escuchar su bendición. Lamentablemente, Zacarías no tenía voz; estaba mudo, no podía hablar. Una de las características de Lucas, tanto en su Evangelio como en el libro de Hechos, es que introduce los discursos que presenta con la expresión: -lleno del Espíritu Santo-, Lucas dice que cuando Zacarías fue lleno del Espíritu «al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios- y «profetizó» (Luc. 1:64,67). El Espíritu Santo le da voz a la iglesia. Cuando una persona es llena del Espíritu Santo, habla y testifica de Jesús. Hace a la iglesia testigo de Cristo. ¿Tienes tú voz para contar al mundo las maravillas de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable? El Espíritu Santo está dispuesto a darnos esa voz que el mundo necesita escuchar. Multitudes están afuera, esperando que tú les hables de salvación. Cuando escuchamos hablar a niños pequeños no podemos diferenciar si el que habla es un niño o una niña; pero cuando alcanzan la adolescencia, algo pasa con la voz. Tiene más volumen; el sonido cambia. La iglesia lleva ya dos mil años de existencia. Nuestra voz debería ser más fuerte y con más volumen. Las personas deben reconocernos, deben saber quiénes son los adventistas, cuáles son nuestras creencias. No debe haber confusión cuando hablan de nosotros. ¿Tiene Dios una voz en tu hogar, en tu trabajo, en tu universidad? Dondequiera que te encuentres, ¿tiene Dios una voz en ti?
basta una samaritana para convertir una ciudad
Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?. Juan 4:28,29
Lo que no habían hecho los discípulos escogidos, los colaborados más intimos y especiales del Salvador —Pedro, Andrés, Felipe, Natanael...— lo hizo una mujer de corazón valiente, una mujer extranjera que apenas acababa de conocer a Jesús. Lo que ellos habían mantenido en secreto, esta mujer lo publicó inmediatamente. Y, lo que es aún más admirable, en lugar de las burlas, la indiferencia o la hostilidad que cabía esperar, los habitantes de Sicar prestaron oído al relato emocionante de la pecadora; se habían sentido ganados por la sinceridad de su cristianismo y ahora la pequeña ciudad se trasladaba en bloque para ver a Jesús. Dios tiene necesidad de nosotros. Basta una samaritana para convertir una ciudad. Pero Dios necesita a esa samaritana. No lo puede hacer sin ella. A Dios le hacen falta los apóstoles para difundir el evangelio en el mundo. Esos apóstoles son los padres en el hogar, el estudiante en el colegio, el aprendiz en la fábrica, la costurera en su taller, el empleado en su oficina. Es ese cristiano que habla, que escribe, que lee, para contarle al mundo la alegría, el gozo y la paz que ha encontrado en Jesús. Es el cristiano que enseña a los demás a ilusionarse por el bien. Es el cristiano que hace a los demás amar a Jesucristo a través de su conducta limpia, por encima de todas las cosas. Es el medio más eficaz para evangelizar al mundo. Dios te llama hoy para ser su instrumento, como la samaritana, en la evangelízación de un mundo perdido. Te necesita para restablecer la paz entre los hombres y para conducirlos de nuevo hacia Dios. El Señor te ha asignado un lugar especial en su viña. Nadie más puede ocupar tu lugar. Eres una persona única; no hay otra como tú. Nadie más puede realizar tu tarea ni ocupar tu lugar. Usa los dones que el Señor te ha dado. Haz la obra del Señor según tus talentos y tus circunstancias. Como la samaritana, abre las compuertas de tu corazón, deja que se desborde tu vida cristiana, tu testimonio, tu gozo, tu salvación. Pon de cabeza a tu ciudad, crea un impacto cada día dondequiera que te encuentres, revoluciona tu vecindario, haz popular a Jesús. Que él sea el tema de conversación, dondequiera que vayas. Deja brillar tu luz.
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