En la Primera Parte hablamos de la conexión que hay entre Mirar y Creer. Y cerramos el artículo preguntando Qué Es Mirar a Dios?
La verdad es que Jesús enseñó siempre que todo lo que él hacía podía hacerlo porque se mantenía mirando a Dios. Su poder descansaba en el hecho de que siempre estaba con su mirada interior puesta en su Padre (Juan 5:19-21).
El tenor de toda la Biblia está en completo acuerdo con lo que dejamos dicho. Y todo se resume en la exhortación de la Epístola a los Hebreos cuando nos dice que corramos la carrera “puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, en Jesús” Todo lo cual enseña que la fe no es un acto que se realiza una sola vez, sino una actitud continua del corazón que se mantiene mirando a Dios.
Creer, entonces, es dirigir la atención del corazón hacia Cristo. Es levantar la mirada a “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” y nunca dejar de mirar por el resto de nuestra vida. Al principio podrá parecer difícil, pero dicha actitud se hace más fácil con el continuo mirar a la maravillosa personalidad de Cristo.
Podremos distraernos a veces, pero al haber encomendado nuestro corazón a él, cada vez que nos apartemos un poco, sentiremos el fuerte deseo de retornar al igual que un pajarillo que vuelve a su nido.
Insisto en que es necesaria esta entrega personal y voluntaria a Cristo, que hace que el alma fije para siempre su mirada en Jesús. Dios acepta esta intención como la elección nuestra, y tolera las distracciones que sufrimos al vivir en este mundo malo.
Dios sabe que hemos encaminado nuestro corazón a Jesús, y nosotros también lo sabemos, y nos consolamos al saber que nuestra alma está adquiriendo un hábito que no tardará en formar parte de nuestra naturaleza, de modo que pronto no ha de requerir ningún esfuerzo de nuestra parte.
La fe es la virtud que menos piensa en sí misma. Por su propia naturaleza es escasamente conciente de que existe. Igual que el ojo, que ve todo lo que tiene delante de sí, pero él no se ve nunca, la fe se ocupa del Objeto sobre el cual ella descansa, y no pone nunca atención en sí misma.
Mientras estamos mirando a Dios, no nos estamos mirando a nosotros mismos, Elhombre que ha luchado por purificarse a sí mismo, y no ha conseguido nada más que fracasos, encontrará grande alivio al quitar la mirada de sí mismo y fijarla en aquel Único que es perfecto.
Mientras mire a Jesús, se realizarán dentro de él todas aquellas cosas que deseó por tanto tiempo.
Dios estará dentro de él, obrando el querer y el hacer por su buena voluntad.
La fe, por sí sola, no es un acto meritorio; el mérito depende de aquel en quien se pone la fe.
La fe es un cambio de mirada: dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Dios. El pecado ha torcido nuestra visión interior. La incredulidad es poner al yo en el lugar que le corresponde a Dios, y se halla peligrosamente cerca del pecado de Lucifer, que dijo, “Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:14).
La fe mira hacia afuera, y no hacia adentro, y sobre esto reposa la vida entera.
Todo esto podrá parecer demasiado sencillo. Pero no pedimos disculpa por ello. Aaquellos que quieren subir al cielo en busca de ayuda, o descender al infierno, lesdice,”Cercana está la palabra de fe” (Romanos 10:8)
La palabra nos induce a levantar nuestros ojos a Cristo y allí comienza la bendita vida de fe.
Al levantar nuestra mirada hacia Dios podemos esta seguros de hallar una miradaamistosa, porque está escrito que los ojos del Señor recorren toda la tierra para ver a los que tienen corazón perfecto para con él.
La gran expresión de la experiencia es, “Tú, oh Dios, me ves. Cuando los ojos del alma se encuentran con el Señor quien busca, se puede decir que el cielo ha comenzado a existir en la tierra.
Nicolás de Cusa en su obra “Visión de Dios,” escribió esto hace más de quinientos años:
“Cuando todo mi afán es dirigirme hacia ti, porque tú haces todo para dirigirte hacia mí; cuando solo miro hacia ti con entera atención, sin despegar de ti los ojos de mi mente, por que tú me abrazas con tu constante cariño; cuando dirijo mi amor únicamente a ti, porque tú que eres amor, tu te has tornado hacia mí, ¿qué es mi vida, Señor mío, sin todo dulzura por tu amoroso abrazo?”
Me gustaría decir más de este antiguo varón de Dios. El es muy poco conocido entre los cristianos corrientes y entre los fundamentalistas, menos. Creo que ganaríamos mucho si nos relacionáramos un poco con hombres de la escuela cristiana de la que Nicolás de Cusa es uno de los representantes más genuinos. Pero para que los líderes denominacionales de hoy aprueben la literatura que el pueblo ha de leer, esta debe ser enteramente del gusto partidista de ellos.
Medio siglo transcurrido en América con esta misma actitud nos ha hecho a todos presumidos y satisfechos con nosotros mismos.
Nos imitamos unos a otros, y repetimos los unos las frases de los otros, y buscamos excusas pueriles para disimular nuestra falta de originalidad.
Nicolás fue fiel seguidor de Cristo; amaba a nuestro Señor, su devoción era brillante y radiante. Su teología era ortodoxa, pero fragante y dulce como todo lo que emana de Jesús. Por ejemplo, su concepto de la vida eterna no podía ser más encantador. Si no me equivoco, era lo más parecido posible a Juan 17:3, que es lo corriente entre nosotros hoy en día.
“La vida eterna -decía Nicolás- no es otra cosa que la manera bendita en que miras constantemente, penetrando hasta lo más secreto de mi alma. Tu mirada imparte vida, incesantemente; imparte tu amor; me alimentas inflamándome; y mientras me alimentas, despiertas en mí mayores deseos de tí; me das a beber del rocío de la felicidad, y al mismo tiempo abres en mí una fuente de vida cuya corriente tú abasteces y haces permanente.”
Pues bien, si la fe es la mirada que el corazón dirige a Dios, y si dicha mirada no es otra cosa que el levantar los ojos del alma para que se encuentren con los de Dios, que todo lo ve, se comprenderá que dicha operación es bastante fácil. Dios siempre hace fácil el desempeño de las cosas vitales, y las pone al alcance de los más débiles y pobres de nosotros.
De todo esto se pueden sacar varias conclusiones. Su simplicidad, por ejemplo. Desdeque creer es mirar, eso se puede hacer sin necesidad de ninguna aparatosidad religiosa.
Dios ha dispuesto que lo esencial para la vida o para la muerte esté sujeto al capricho o al accidente.
El mobiliario puede romperse o perderse; el agua puede escurrirse, los registros consumirse por el fuego, el pastor puede tardar en llegar o el edificio incendiarse. Todas estas cosas son externas y pueden sufrir accidentes. Pero el mirar es una actitud del corazón que puede asumirla cualquiera, ya sea de pie, de rodillas, o reclinado en su última agonía, aunque se encuentre a miles de millas de cualquier templo.
En vista que el creer es mirar, dicha mirada se puede efectuar en cualquier momento.