La oración modélica del cristiano es el padrenuestro. Es oración de petición. El problema surge si Dios sabe todo lo que necesitamos y su gracia nos ofrece satisfacerlas, qué sentido tiene pedirle nada concreto, como si Dios se hubiera olvidado de nosotros? No obstante, el Evangelio insiste en que pidamos y en que lo hagamos constantemente; a veces resulta hasta exagerado cuando nos dice que, si pedimos con fe que la montaña se lance al mar, lo hará. También nos dice que seamos sencillos sin verborragias.
Las oraciones litúrgicas duelen apartarse de estas pautas evangélicas, suelen dirigirse al Señor benevolente y todopoderoso y suelen seguir con infladas alabanzas y explícitas necesidades por nuestra parte. Nada digamos de las fórmulas devocionales que se extienden en inacabables consideraciones.
La oración de Jesús se dirige al Padre, implicando ya una actitud de confianza. Le pedimos que su voluntad, no la nuestra, prime en nuestra vida y así surja y se extienda su Reino en el mundo. Dentro de esta confianza filial recordamos nuestras necesidades primarias: la nutrición diaria de nuestras fuerzas y el perdón de las deudas para una sana convivencia. La preservación de sucumbir a las tentaciones y la de ser liberados de todo mal intensifica la confianza que es el alma de toda oración.
Si analizamos el desarrollo ulterior de las oraciones cristianas, podemos comprobar que están viciadas por desconfianza y por hipocresía, no tanto en la liturgia como en las devociones. Buscamos ladinamente de someter la voluntad divina a la nuestra en lugar de someter la nuestra a la de Dios, con lo que nos infeccionamos con la ilusión de la magia, creyendo que con el solo cumplimiento del rito adecuado podemos disponer de la voluntad divina. Esta intrusión, en mayor o menor medida, de la magia conduce a las supersticiones y a toda clase de aberraciones dentro de lo que se sigue creyendo vida cristiana.
El padrenuestro no es una fórmula mágica sino una enseñanza de cómo debe ser nuestra oración y que actitudes pueden preservarnos en las auténticas vivencias cristianas. No basta recitarlo sino potenciar sus contenidos con o sin recitación.