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General: El mayor de todos
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El mayor de todos
Cuando cursaba el noveno grado de enseñanza básica, tuve un profesor al que admiraba más que a los demás; lo llamábamos tío Jo. Era bastante gracioso y, aunque entrado en años, tenía el corazón de un niño. Hacía que las aburridas clases de historia se volvieran excepcionalmente entretenidas. A todo le ponía chispa. El tío Jo cuidaba de un chico que se llamaba Mikey y al que nosotros conocíamos como el niño excepcional. Mikey era en efecto diferente. Era autista y no se podía valer por sí mismo. El tío Jo le daba de comer, lo vestía, lo llevaba a pasear y le leía cuentos. Yo admiraba al tío Jo porque brindaba mucho cariño a Mikey. Pero al cabo de unas semanas me sentí orgulloso de mi profesor. Aquellos fueron sus últimos días en la Tierra, y los pasó ayudando a su prójimo. Poco después, cayó en coma y falleció. Más adelante me enteré de que había estado debatiéndose con un cáncer incurable. El tío Jo me daba clases de muchas materias. No obstante, la enseñanza más importante que me dejó fue su ejemplo de abnegación. Este moribundo no pasó sus últimos días procurando crearse un ambiente más cómodo para él, sino para un niño desvalido. Aquel gran hombre dejó una huella indeleble en mi memoria. No lo he olvidado, a pesar de los muchos años que han transcurrido. A una edad muy temprana me di cuenta de lo valiosa que es la vida y de lo breve que puede ser. El tío Jo estaba tan campante, y de un día para otro ya nos había dejado. Él comprendía el valor del presente y la importancia de aprovecharlo al máximo. Por ello, todos los días ponía el máximo empeño en cuanto hacía, por humilde que fuera la tarea. Hoy, cierro los ojos y evoco aquellos tiempos, y me parece ver de nuevo el rostro del tío Jo, que con una sonrisa y un destello en los ojos me asegura: «La vida es demasiado breve para dedicarla exclusivamente a uno mismo.» La brevedad de la vida es algo trivial, porque no muere lo que palpita en el corazón y en la memoria de otros. Los actos, las palabras y el amor que se manifiesten y la grandeza de los gestos humildes se apreciarán por siempre. El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo (Mateo 23:11). Antes creía que los dones de Dios estaban en estantes, uno encima del otro, y que cuanto más se crece, más fácil es alcanzarlos. Pero he visto que los dones de Dios están en estantes, uno debajo del otro, y que cuanto más nos agachamos, más recibimos. El amor es la clave de todo: ¡vivir con amor, querer amar, prodigar amor y ser amoroso! Jamás podremos hacer todo eso por nuestra cuenta, pero el Señor puede obrar por medio de nosotros. Y para tener ese amor —amor verdadero, el de Dios— hay que aprender a conducirse con humildad
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BATISTA!! GRACIA Y PAZ A SU VIDA Y MINISTERIO
ANDREA |
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