Y el rey dijo a Arauna: «No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada». Entonces David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata. 2 Samuel 24:24
El Señor había dado instrucciones a David para que ofreciera un sacrificio que detuviera la plaga que había caído sobre Israel por causa del censo del pueblo. El jebuseo Arauna puso a disposición de David todo lo necesario para realizar el sacrificio. Según el versículo de esta mañana, David rechazó de plano el ofrecimiento aparentemente generoso de su súbdito: «No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada» (2 Sam. 24: 24). En la respuesta de David podemos observar un principio fundamental: Los sacrificios que no tienen precio carecen de valor. David rehusó tomar lo que Arauna le ofreció, porque entendía que todo lo que se ofrece al Señor debe ser lo mejor, lo primero, lo que se necesita, y nunca lo que sobra. Los sacrificios que no tienen un coste no reflejan cuánto amamos a Dios, ni muestran reverencia y adoración. Este principio nos enseña que debemos dar no de lo que nos sobra, sino de lo que nos cuesta. Lo que sobra rara vez duele, precisamente porque no lo necesitamos. La actitud cicatera de muchos cristianos queda perfectamente ilustrada con la siguiente fábula. Un día se encontraron un billete de cien dólares y un billete de un dólar. El primero estaba nuevo y sin ningún maltrato; daba la impresión de que había sido tratado con cariño y mucho cuidado. En cambio, el segundo estaba todo envejecido y casi roto. Este le preguntó al de cien dólares: «¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido?» La respuesta fue: «Muy bien, he viajado mucho. He estado en Europa, en los Estados Unidos, en los casinos de las Vegas, en los mejores hoteles, en los restaurantes más lujosos y costosos». El otro replicó: «¡Qué dichoso eres! A mí me ha ido muy mal. Solo me han llevado al templo y me han dejado en el plato de las ofrendas». Decide hoy reverenciar al Señor dando lo mejor de tu tiempo, de tu dinero, de tus talentos y de tu vida. Solamente cuando estés realmente dispuesto a ser consecuente con el sacrificio de Cristo, que te exige la negación de ti mismo, verás un fruto genuino en tu vida espiritual. David entendía esta realidad, y por eso ofrendó con sacrificio.
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