Los Padres de la Iglesia nos iluminan
“Estando el bienaventurado Pedro con otros dos discípulos de Cristo, el Señor, Santiago y Juan, en la montaña con el mismo Señor, oyó una voz venida del cielo: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo. Recordando este episodio, el mencionado Apóstol escribe en su Carta: Esta voz traída del cielo la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Y luego continúa diciendo: Esto nos asegura la palabra de los profetas. Se oyó aquella voz del cielo, y se cercioró la palabra de los profetas.
Este Pedro, que así habla, fue pescador: y en la actualidad es un inestimable timbre de gloria para un orador, ser capaz de comprender al pescador. Esta es la razón por la que el apóstol Pablo, hablando de los primeros cristianos, les decía: Fíjense, hermanos, en su asamblea; no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios; lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar al fuerte. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta.
Si Cristo hubiera elegido a un orador para darle inicio a su obra, éste diría: fue por mi elocuencia que fui escogido. Si hubiera elegido a un senador, éste podría decir: fui escogido por mi dignidad. Si hubiera elegido a un emperador, éste podría decir: fui escogido gracias a mi poder. Que se calle y esperen todos estos, cálmense un poco. No es que deban ser dejados de lado o despreciados; sino que se mantengan de alguna forma aparte cuantos se pueden vanagloriar de sí mismos. Dame, dice él, aquel pescador; dame a aquel ignorante, aquel im-preparado; dame a aquel con quien el senador no se digna hablar, ni siquiera cuando compra el pescado. Cuando lo haya transformado, quedará claro que soy yo quien actúa. Si bien, también en el senador, en el orador y en emperador, también yo actúo. Pero, aún cuando yo actúe en el senador, eso será mucho más evidente en el pescador. El senador puede gloriarse de sí mismo, tal como el orador y el emperador; el pescador sólo de Cristo se puede gloriar. Venga, venga en primer lugar el pescador, para enseñarnos la humildad que salva; después de él hasta el emperador podrá pasarla mejor”.