Decisiones grandes, decisiones pequeñas
Si decido bien, si dejo que el amor dirija mis pasos, me habré convertido en un pequeño obrero en la gran misión de la misericordia.
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Hay decisiones “grandes” que imprimen un rumbo decisivo en la marcha de la vida.
La decisión por la carrera, por el trabajo, por el esposo o la esposa, por el modo de ahorrar, por la manera de organizar la casa… Cada una de esas decisiones configura buena parte de mi vida, orienta mi manera concreta de relacionarme con familiares y amigos, con conocidos y con extraños.
Otras decisiones son “pequeñas”. Parecen no tener importancia en el conjunto, porque se refieren a aspectos “marginales” o irrelevantes en la propia vida y en las vidas de quienes están a nuestro lado.
En realidad, cualquier acto mío influye en otros de maneras a veces insospechadas. Una sonrisa en la escalera puede cambiar el corazón de un vecino. Un gesto de gratitud al vendedor de fruta llega a ser la ocasión para que inicie una amistad sincera. Una carta o un mensaje electrónico a un profesor anciano llega a tener un valor muy grande para quien afronta los últimos años de su vida.
Es cierto que a la hora de tomar decisiones me miro muchas veces a mí mismo: qué me gusta, qué me “funciona”, qué me crea problemas, qué me descansa, qué rinde más.
Pero también es cierto que las decisiones no afectan sólo la propia vida, sino que llegan a muchos otros, incluso a personas nunca conocidas.
Por eso vale la pena reflexionar a la hora de tomar decisiones no sólo según la lógica del gusto personal, ni según el beneficio inmediato, sino según la lógica del encuentro, de la ayuda, del servicio, de la solidaridad.
No somos islas que flotan en el universo sin relaciones. Somos, más bien, parecidos a pequeños puntos que influyen en otros y que son influidos por lo que los otros hagan o dejen de hacer.
Este día, estos momentos que tengo ahora ante mis ojos, pueden ser decisivos para un amigo o para un extraño. Está en mis manos la decisión (grande o pequeña) de lo que hago o de lo que deje de hacer.
Dios, para quien soy “importante”, ha puesto en mis manos tesoros de inteligencia y voluntad. Ahora “espera” y mira. Si decido bien, si dejo que el amor dirija mis pasos, me habré convertido en un pequeño obrero en la gran misión de la misericordia, habré colaborado un poco en el proyecto de Dios Padre que busca llevar amor a cada uno de sus hijos.
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