Lo que aprendemos en las comunidades La vida en los países industrializados se ha vuelto artificial, sus patrones están lejos de los naturales. Las casas están llenas de aparatos eléctricos; las actividades de ocio se limitan a la televisión y al cine, las ciudades son ruidosas, asfixiantes y contaminadas, las personas se han agotado por las largas horas de viaje en metro, tren y coche - cuando no están igualmente agotadas por el tráfico. Las películas que ven y las noticias que escuchan se centran en la violencia. No hay manera de que puedan integrar todo lo que está sucediendo en el mundo - terremotos, hambre, combates, censura, tiranía, tortura. Es abrumador y la gente ya está abrumada por todo. No está preparada para asimilar toda esta información dramática. Esa es la razón por la cual siguen a cualquier nuevo mito que anuncie la salvación del mundo, o a las rigurosas sectas que pretenden tener el monopolio de la verdad. Cuanto mayor angustia siente la gente, más busca nuevos salvadores, ya sea en la política, la psicológica, la religión o la mística. O bien, dejan todo en busca del estímulo constante, la riqueza y prestigio. Las comunidades son un signo de que es posible vivir en una dimensión humana, incluso en el mundo actual. Son una señal de que no tenemos que ser esclavos del trabajo, de la economía inhumana, o de los estímulos para un ocio artificial. Una comunidad es esencialmente un lugar donde aprender a vivir al ritmo de la humanidad y de la naturaleza. Somos parte de la tierra y necesitamos el calor del sol, el agua del mar, y el aire que respiramos. Somos parte de la naturaleza y sus leyes están escritas en nuestra carne. Eso no significa que los descubrimientos científicos no sean útiles, sino que tienen que estar al servicio de la vida, aplicada a crear un entorno en el que ser humano pueda realmente crecer - ya sea en una ciudad o un país, un barrio de clase media o en villas miseria.