EL AMOR DEL NOVIO por Carlos Rey
«Soy una ladrona de joyas, reclamada por la justicia —fueron las palabras de Elizabeth Noon, una joven británica, dirigidas a su novio Roberto Stevens—. No puedo casarme con esta mancha en la conciencia. Voy a entregarme a la justicia.»
Roberto amaba mucho a Elizabeth, y no quería perderla. No podía concebir que esa mujer bella y tierna, que se había ganado su amor y respeto, fuera una ladrona. Cuando la joven se presentó en el juzgado, Roberto pidió la palabra. «Estoy dispuesto a casarme con Elizabeth tan pronto acabe esto —le dijo al juez—. Ella es muy trabajadora; le aseguro que formaremos una familia respetable.»
El juez y el jurado se conmovieron tanto que condenaron a Elizabeth a pagar sólo 125 libras esterlinas de multa por cada delito cometido y la dejaron en libertad para ir a casarse. El amor del novio había hecho el milagro. Arrepentida y renovada, Elizabeth, del brazo de su novio, salió de aquel tribunal rumbo a su boda.
Anécdotas como esta refrescan un poco el ambiente sofocante en que vivimos. He aquí un novio que ama a su novia al extremo de que la perdona, quiere darle su nombre y sacarla del tribunal en el que se le condena, para poder llevarla al hogar que le tiene preparado.
Así es la historia de Cristo y su amor por su novia, que es la iglesia, el núcleo de personas a quienes Él redimió. La Biblia emplea los símbolos del novio y la novia para describir la relación que tienen Cristo y los creyentes en Él. Cristo es el prometido que ama entrañablemente a cada uno de esos creyentes que conforman su futura esposa, al extremo de que los perdona, los redime y quiere sacarlos de la cárcel del pecado para llevarlos al hogar que les tiene preparado. Sólo que Cristo hace mucho más que cualquier novio ejemplar de esta tierra. Él ofrece su vida misma al derramar su sangre para comprar la libertad y la vida de su novia cuando está muerta en delitos y pecados.
Al igual que el novio de Elizabeth, Cristo le tiene preparado a su novia, la iglesia compuesta por sus redimidos, un hogar maravilloso. Es una mansión construida a prueba del tiempo, pues ha de permanecer en pie toda la eternidad, perfecta, limpia y pura. En ella no puede entrar, ni entrará jamás, nada sucio. Sólo entrarán los que hayan permitido que la sangre de Cristo los purifique simbólicamente de sus pecados.
A diferencia del amor de Roberto, los amores de este mundo suelen fallar. En cambio, el amor de Cristo nunca falla. Cualquiera pensaría que solamente las personas más privilegiadas tienen acceso a él, y sin embargo está a disposición de todos. Basta con que invitemos a Cristo a que nos muestre su amor, para que Él nos perdone, nos redima y nos saque de la cárcel del pecado rumbo a las bodas que ha planeado antes de llevarnos a la mansión que nos ha preparado en el cielo.
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