María Magdalena corre, Pedro y Juan corren.
Tú, yo, nosotros, ¿corremos?, o ¿ya hace rato que nos corrimos?, ¿o será, que nos corrieron, el mal, el escándalo, el pecado de los hombres de Iglesia, de los hombres en la Iglesia?
Nuestra fe cristiana, que cae o se mantiene con la fe en la Resurrección de Jesús, ¿sigue en carrera, o la sentimos detenida, sin derrotero, derrotada?
Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo:
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían…
¿Será que nuestra fe está muerta? No buscamos ya al Resucitado. ¿Nos hemos escamoteado los unos a los otros el Cuerpo del Señor? Se han llevado de la Iglesia al Señor y no sabemos dónde lo han puesto, dónde lo hemos puesto.
Todo nos parece podrido, hay que proveerse de muchos aromas intensamente perfumados para soportar, para ocultar el olor a muerto que pareciera haberlo invadido todo en nuestra querida y amada y pecadora Iglesia [siempre necesitada de reforma, Semper reformanda]. Iglesia, cuerpo de Cristo del que tod@s formamos parte. Encontré un hermoso texto de un Padre de la Iglesia muy poco conocido, Optato de Milevi, que puede “volver a perfumar” nuestra fe al redescubrirnos retoños de olivo renacidos de las aguas pascuales del bautismo y reunidos por nuestra madre, la Iglesia, alrededor del altar:
“María viene, trayendo los aromas para sepultar a Jesús, y encuentra en el sepulcro los perfumados aromas de la Resurrección. Viene a la tumba, creyéndola cerrada y encuentra a la puerta del sepulcro los colores del Paraíso dibujados en el sudario
Los ángeles le preguntan: Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Tú buscas a Jesús encerrado en las profundidades de la piedra, y Él ya ha roto el encierro de la muerte. ¿Qué buscas María? ¿La viña, la verdadera viña? ¡Mira que de sus sarmientos muertos hay preparada para ti, en el jardín, una nueva vendimia! ¿Acaso no oíste decir al profeta David: Tus hijos, como retoños de olivo, alrededor de tu mesa? ¿Quiénes son esos nuevos retoños de olivo? Ahí los tienes: son los que rodean el altar del Señor, estos recién nacidos, que han florecido de en medio de las aguas, ellos, como el ciervo, anhelaban las corrientes de agua!
¿Qué hacer, María? El que tú buscas no está aquí, ha resucitado como se lo había predicho. Mira, observa las vendas y el sudario. No tienen porqué producirte miedo. El sudario de Cristo ha sepultado tu pecado, en él puedes enjugar las lágrimas de tu aflicción. ¡Encontrarás en el Paraíso al que buscas en el sepulcro!
Ella se acerca, se aleja, se aproxima, se topa con aquel que buscaba. Lo mira y lo toma por el jardinero, ya que realmente ha recibido de sus manos las plantitas, los retoños recién nacidos. “Señor, le dice, te ruego me instruyas. Aunque te crea el jardinero, no por eso te hago injuria alguna, estoy buscando mi Vida. Si tú te has llevado a mi Señor, muéstrame dónde lo has puesto. ¿No has visto a Aquel que ama mi alma? Si eres tú el que robó el cuerpo de mi Señor, consuela mi aflicción. Si tu lo llevaste, compartámoslo, tú y yo, haremos la alegría de todo el género humano. Si te lo llevaste, no fue la avaricia la que te llevó a hacerlo, sino tu amor compasivo. ¡Muéstrame el lugar! Lo tomaré ente mis brazos y con tu ayuda, me lo llevaré.
El jardinero está de pie y callado. ¡Señor Jesús, jardinero verdadero que has arrancado las plantas que la gehena retenía aprisionadas en el viejo y caduco sepulcro! ¡Jardinero verdaderamente auténtico, has arrancado las raíces de muerte, y has introducido contigo, en el Paraíso, a tu compañero, al malhechor! ¡Oh jardinero de aspecto común y corriente, pero con una voz tan dulce y suave!
La puerta de acceso al jardín está abierta de par en par, no hay guardianes que temer. Esa es la razón por la que María pregunta con tranquila certidumbre. (…) Y el Señor al hacerle oír su voz le manifiesta la verdad. Sus labios hacen fluir la miel, y los ungüentos de María ya no son más que [en]sueño. Habiendo percibido el aroma mejor, exclama: ¡Rabboní!, es decir ¡Maestro!
FELIZ PASCUA !!! CRISTO ESTA VIVO !!!
Saludos