La oracion hace la historia
“Y amarás á Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder” (Deuteronomio 6:5).
Por la gracia de Dios, David Brainerd obedeció este primero y grande mandamiento. Él oró con una pasión sacrificial, persiguió la santidad perfecta y llamó a los pecadores al arrepentimiento; todo porque él amaba fervientemente al Señor Jesucristo.
Triste que decir, algunos cristianos podrán tener un tiempo dificultoso de entender el amor y celo de David Brainerd para JESÚS. “Para él el mundo físico y material tenía poco valor. Él era de la raza de los mártires primitivos.
Para él todas las cosas eran nada para obtener una comunión más profunda espiritual con Dios.” El diario de Brainerd declara, “Anhelos y deseos sedientos poseen mi alma en seguida de la santidad perfecta. Dios era tan precioso a mi alma que el mundo con todos sus goces parecían viles. Ya no tenían más valor para el favor de los hombres que para las guijas.”
Él gastaba una gran cantidad de tiempo en la oración y frecuentemente sentaba al lado días para la oración y el ayuno. Él amaba retirarse a los bosques para estar sólo con Dios. “La oración vino a ser la prioridad de Brainerd y era su gozo en gastar dos horas al tiempo en la comunión secreta con Cristo. Él se levantaba de temprano en la mañana y se ponía sólo con Dios para gozarse con Su presencia.
¡Él tenía sed de Dios, el Dios viviente y no era privado!”
Determinado en compartir a Cristo, Brainerd abrazó una vida de sacrificio y abnegación. Él gastaba tanto como veinte horas por semana en caballo. Su dieta consistía de pudín pronto, de grano hervido, pan cocido en las cenizas, y algunas veces un poquito de carne y mantequilla. Su hogar era un cuarto pequeño de troncos completo con un montón de paja sobre tablas para cama.
David Brainerd intercedía ferviente y consistentemente por las almas perdidas de los indios americanos. Frecuentemente él oraba con tal ardor que cuando se levantaba de sus rodillas él estaba cubierto de sudor y apenas podía andar derecho. Como lo viuda persistente de Lucas 18, las oraciones de David Brainerd al fin fueron contestadas. Campamentos enteros de indios fueron convertidos por el poder de Dios al proclamar un mensaje de arrepentimiento y gracia.
“Mujeres y varones ancianos quienes habían sido borrachos infelices por años, y niños pequeños de no más de seis o siete años aparecían en sufrimiento agudo por sus almas. Había casi un llorar y orar universal por la misericordia. Muchos no podían ni caminar o ponerse en pie.”
Las sin innumerables horas gastadas en la oración y el ayuno, su fidelidad a pesar de la debilidad física y habiendo que soportar las más terribles penas, eran ahora recompensadas abiertamente. El fuego del Señor cayó.
La cosa reparable era que todo esto aconteció en un tiempo cuando él confesó que sus esperanzas estaban en lo más bajo. Él seriamente había entretenido pensamientos de rendirse mientras en la misma orilla de gloria y bendición.
Brainerd ahora vio un cambio extraordinario en las vidas de los indios. Él registró en su diario,
“Yo no conozco de ninguna asamblea de cristianos donde parece de ver mucho de la presencia de Dios, donde tanto del amor fraternal prevalece…”
David Brainerd derramó el tiempo de una vida de una pasión santa, de oración y de predicar entre cuatro años cortos. Él ministró desde 1743 á 1747, muriendo de tuberculosis a la edad de 29. Brainerd escribió una vez en su diario,
“Yo anhelo de ser una llama de fuego continuamente resplandeciente en el servicio divino y edificando el reino de Cristo hasta mi última y moribunda respiración.”
Esa oración era contestada abundantemente. por David Smithers
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