FRAGMENTO DEL LIBRO UN AMOR QUE PUEDES COMPARTIR
DE MAX LUCADO
CAPÍTULO CINCO
Dios y la ley del más fuerte
El amor no es jactancioso ni orgulloso.
1 Corintios 13.4
Eso es lo que hace el amor. anteponer al amado.
tu alma era más importante que su sangre.
tu vida eterna era más importante que su vida en la tierra. tu lugar en el cielo era más
importante para él que su lugar en el cielo, así que renunció a su lugar
para que tú tuvieras el tuyo.
Una amiga mía que se crió en una granja me dijo que una vez vio a los pollos atacando
a un pollito recién nacido que estaba enfermo. Fue corriendo y se lo dijo a su madre. Esta le
dijo: «Los pollos hacen eso. Si hay uno muy enfermo, los demás le dan picotazos hasta que
muere».
Por esa razón Dios dice que en el amor no hay lugar para la ley del más fuerte. Jesús no
toleraría tal forma de pensar. Esa mentalidad de corral puede darse en una granja, pero no
en su reino. Escucha lo que dice sobre las aves alfa de su época:
Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus
filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas,
y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los
llamen: Rabí, Rabí. (Mt 23.5–7)
Jesús lanza una descarga contra las aves de más rango en la iglesia, a aquellos que
llevan «la voz cantante» en el tope de la escalera espiritual, y extienden su plumaje de
túnicas, títulos, joyas y asientos asignados. Jesús no lo soportaba. Es fácil darse cuenta
porqué. ¿Cómo puedo amar a otros si tengo los ojos fijos en mí? ¿Cómo puedo enfocarme
en Dios si me estoy enfocando en mí? Y, peor aún, ¿Cómo puede alguien ver a Dios si sigo
desplegando mi plumaje?
Jesús no da lugar a la ley del más fuerte. «El amor no es jactancioso ni orgulloso» (1 Co
13.4).
¿Su solución para los sistemas de jerarquías humanos? Un cambio de dirección. En un
mundo de movilidad ascendente, elige el servicio descendente. Ir hacia abajo, no hacia
arriba. «Estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Fil 2.3). Y eso fue
lo que hizo Jesús.
Invirtió la ley del más fuerte. Mientras que otros trataban de ascender, él descendía.
Tu actitud debería ser la misma que la de Cristo Jesús:
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó
a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz. (Fil 2.5–8)
¿Serías capaz de hacer lo que hizo Jesús? Cambió un castillo sin manchas por un
establo mugriento. Cambió la alabanza de los ángeles por la compañía de asesinos. Él podía
sostener el universo en la palma de la mano, pero renunció a ello para flotar en el vientre de
una muchacha.
Si fueras Dios, ¿dormirías sobre paja, te alimentarías del seno de una mujer y dejarías
que te envolvieran en pañales? Yo no lo haría, pero Cristo sí lo hizo.
Si supieras que tu llegada sólo le iba a interesar a unos pocos, ¿no cambiarías de idea?
Si supieras que aquellos a quienes amas se reirían en tu cara, ¿te seguirías preocupando por
ellos? Si supieras que todas las lenguas que creaste se reirían de ti, las bocas que creaste te
escupirían, las manos que hiciste te crucificarían, ¿las habrías creado? Cristo lo hizo.
¿Considerarías a los incapacitados más importantes que tú? Jesús sí.
Se humilló a sí mismo. Pasó de darle órdenes a los ángeles, a dormir sobre paja. De
sostener las estrellas, a tomarle el dedo a María. La palma que sostenía el universo recibió
el clavo de un soldado.
¿Por qué? Porque eso es lo que hace el amor. Anteponer al amado. Tu alma era más
importante que su sangre. Tu vida eterna era más importante que su vida en la tierra. Tu
lugar en el cielo era más importante para él que su lugar en el cielo, así que renunció a su
lugar para que tú tuvieras el tuyo.
Te amó hasta ese punto y porque te ama, eres de suma importancia para él.
Cristo asume una posición opuesta al corral. Señala al gorrión, el pájaro menos valioso
de su tiempo y dice: «¿No se venden cinco gorriones por dos moneditas? Sin embargo, Dios
no se olvida de ninguno de ellos. Así mismo sucede con ustedes: aun los cabellos de su
cabeza están contados. No tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones» (Lc
12.6–7 nvi).
Dios se acuerda de los pajaritos del mundo. Nosotros nos acordamos de las águilas.
Hacemos estatuas de bronce de los halcones y les ponemos su nombre a nuestros equipos
deportivos. Pero Dios se fija en los gorriones. Encuentra tiempo para los niños y considera a
los leprosos. Le ofrece una segunda oportunidad a la mujer adúltera, y al ladrón en la cruz
le hace una invitación personal. Cristo da una atención especial a los desalentados y caídos,
y nos insta a seguir su ejemplo. «Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los
mancos, los cojos y los ciegos» (Lc 14.13).
¿Quieres amar a otros del mismo modo que Dios te amó a ti? Ven sediento. Bebe de la
copa del amor de Dios para ti, y pídele que llene tu corazón de un amor que puedas compartir.
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