El mendigo
Cierto hombre tenía por costumbre dar una moneda a un mendigo sin piernas que se sentaba en la calle a las puertas de su comercio. A diferencia de la mayoría de los transeúntes, el comerciante siempre tomaba un lápiz de los que ofrecía el mendigo y le recordaba: —Usted es comerciante, y cuando compro algo me gusta emplear bien el dinero. Un día, el pordiosero sin piernas no estaba en la acera. Transcurrió un tiempo y el comerciante se olvidó de él, hasta que un día entró a un edificio público y vio sentado en un stand al mismo hombre, el cual ya no mendigaba. Se notaba que era el dueño de aquel pequeño negocio. —Siempre tuve la esperanza de que viniera algún día —le confió el ex limosnero—. Usted me ayudó mucho a prosperar. Me dijo tantas veces que yo era un comerciante que empecé a verme como tal, y en vez de aceptar limosnas me puse a vender lápices. Y vendí muchos. Usted me devolvió la dignidad. Hizo que empezara a verme con otros ojos.
«Animaos unos a otros». 1ª a Tesalonicenses 5:11
Bendiciones
Andrea
by Andrea
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