El Sueño misionero
Por Héctor Spaccarotella
He
estado pensando desde hace un tiempo en lo que significa para mí este viaje
próximo a un país tan lejano física y también espiritualmente como Senegal.
¿Cuál es
la motivación? ¿Cuál es el objetivo, la necesidad incumplida adentro mío que me
lleva a esta “locura” a ojos de muchas personas con las que hablo?
Claro
que podría utilizar un montón de frases hechas o dichas por otros, que den una
explicación lógica y hasta profesional del porqué; como cristiano y lector de la Biblia he leído una y otra
vez las palabras de Jesús invitándome a salirme de mi zona de comodidad, a
cruzar las fronteras de la conocida “Jerusalem” donde están mis afectos, mi
vida de todos los días, mi congregación, mis líderes que me acompañan y me
guían, mi familia.
Los muros
de la ciudad de Jerusalem me protegen y me siento seguro. Esto alcanza para la
mayor parte de la gente y está bien que sea así… pero no es mi caso.
Probablemente lo sea en otros aspectos de mi vida, como esa necesidad casi
obsesiva de aferrarme a las rutinas diarias.
Pero
desde jóven siento un impulso a salir a Samaria y más allá.
El
llamado, la invitación y la visión que Jesús pone en un cristiano como parte de
su Iglesia es el enorme desafío de caminar allí donde no hay caminos, en esas
zonas donde por alguna razón hay alguien que espera mi abrazo, mis palabras, el
contenido de lo que llevo en el morral de mi alma.
Pienso
mucho en todo esto, porque es una situación límite, de la que no se regresa.
Estos días de fín de año estoy rodeado de familiares y amigos a los que existe
una posibilidad de que no vuelva a ver, porque no regrese físicamente de este
desafío misionero en un país 94 % musulman o porque la realidad a vivir cambie
tanto mi vida que me transforme de tal modo que ninguna fotografía, filmación o
narración pueda explicar eso que Senegal puso en mi corazón.
Ya pasé
por eso antes, cuando en 2008 participamos de una experiencia misionera en la
nación de los indios Terena, en el Pantanal (Mato Grosso do Sud Brasil). Filmé
6 DVD, entre todos hay disponibles más de 1000 fotografías. Nunca alcanzaron,
nunca fueron suficientes para que los oyentes del relato pudieran percibir con
suficiente realidad lo que habíamos vivido.
Todavía
hoy dos años después sigo teniendo sueños nocturnos con aquellos indios,
todavía están en mis oraciones y sigo tratando de tener noticias de ellos, cosa
imposible porque viven aislados en medio de la selva de la región brasileña
vecina a Bolivia.
Aquella
fue sin duda una experiencia misionera llena de errores, mal organizada y con
objetivos confusos por parte de los líderes que la organizaron. Pero más allá
de eso, el haber estado allí adorando a Dios y orando por personas que hablan
una lengua completamente desconocida para mí, el abrazarme con niños, recorrer
esas humildes casas y sentarme a comer a sus mesas ha impactado mi vida para
siempre.
Pensé
que podría compartir una anécdota de aquella experiencia a tono de ilustración:
Todo el
asentamiento de estas 6 aldeas con alrededor de 20.000 indios está ubicado en
un gigantesco pantano. El agua potable es un preciado bien y no es corriente
entre las casas. Hay un sistema de distribución casero formado por un tanque en
altura y mangueras de goma (sin canillas) que vuelcan el contenido enpequeñas
cisternas o baldes en cada hogar.
No hay
comercios que vendan agua mineral ni gaseosas o algún tipo de bebida.
Al
llegar a la aldea donde viviríamos nos dieron un predio alambrado vecino a una
iglesia cristiana indígena. Allí montamos nuestras carpas. La temperatura era
agobiante para nuestras costumbres patagónicas, rondando los 45 grados
promedio. La iglesia contaba con una construcción de 3 paredes y una pequeña
puerta con una letrina a la que había que volcar agua cada vez que se usaba.
En otra
pequeña construcción vecina usada como escuela bíblica había una cisterna de
pvc sin conexión ninguna para el abastecimiento de agua. Pero siempre amanecía
llena.
Empecé a
preguntarme cuál era el secreto, ya que esa cisterna se había convertido en
nuestro puente de sanidad (agua para beber, para cocinar, para el sanitario,
para higienizarnos).
Un gallo
madrugador me despertó alrededor de las 05:30 hs, cuando recién amanecía. Me
quedé petrificado al ver una fila de decenas de personas. Hombres y mujeres que
venían con un bidón de 10
litros o un balde trayendo agua desde sus casas para
llenar nuestro tanque, antes que nos despertáramos y antes de que ellos
comenzaran con sus trabajos. Muchas veces la distancia recorrida era de varias
cuadras.
Cuando
nuestra comunidad de 4 adultos y 12 jóvenes se despertaba para el tiempo de
devocional y desayuno, la cisterna estaba llena y no había ningún rastro del
proveedor.
Claro
que tú que lees te podrás emocionar por mi relato, pero créeme que el vivirlo
dio un vuelco en mi alma que me hizo un miembro más de esa comunidad por el
resto de mi vida.
Al
regreso traté de describir con palabras la experiencia ante personas que me
miraban tratando de imaginar lo que es imposible porque el lenguaje verbal no
alcanza. Lo compartí en forma escrita, en programas de radio, en ruedas de
amigos y familiares.
Todos
escuchaban con atención, pero solamente puede entender en plenitud lo vivido
aquel cuyos pies caminaron entre estos preciosos seres humanos.
El escribir
me ayuda a reflexionar sobre pensamientos que no tienen respuesta todavía (y no
sé si la tendrán alguna vez, quizá no sea eso lo importante).
Hace
unas semanas Miguel Angel, un viejo amigo que conozco hace 40 años y con el que
hice mis primeras armas en Cristo, después de observar una foto mía en facebook
me dijo:
“ esta foto te muestra
pintado con tu profunda mirada llena de sueños , la misma de cuando eramos tan
jovenes,. !! Mucho me hubiera gustado recorrer tantos caminos de sabiduría que
hoy te tiene tan comprometido con tus sueños”.
Me
conmovió mucho el decir de mi amigo, y pensé que toda la vida es un campo de
preparación para lo que ha de venir; sin ese entrenamiento posiblemente no
sobreviviríamos a lo que nos toca vivir. Es paso a paso, escalón tras escalón.
Dios no permite que pasemos a la etapa siguiente sin haber vivido, madurado y
aprobado la anterior. Es que no tendría sentido si así no fuera. Es como ese
alumno de universidad que aprueba un examen robando los resultados de internet.
¿De qué servirá luego su título si no se ha conquistado auténticamente? Claro
que terminaría teniendo un diploma en la pared, una foto rodeado de sus
compañeros de promoción, la alegría de sus familiares… pero a la hora de la
verdad esa persona no es el profesional que dice ser.
Lo poco
que he aprendido confirma una y otra vez aquello que en otras palabras la Biblia dice: “nada pasa
porque sí”… o dicho de otra forma por Heminway: “no preguntes por quien doblan
las campanas, están doblando por ti”.
Miré una
y otra vez aquella foto de la que habla mi amigo.
Pensé en
1979, cuando formaba parte de un movimiento juvenil en una congregación de
Buenos Aires; una treintena de jóvenes llenos de sueños. Mi novia (la que hoy
es mi esposa) tenía 18 y yo 20 años.
Vivíamos
las aventuras espirituales que podíamos y conocíamos, como el trabajo
solidario, retiros espirituales, debates intensos sobe algún pasaje del
Evangelio… todo dentro de los muros de la seguridad.
Pero en
un mes de febrero Adriana y yo anunciamos a nuestras familias y a todo ese
grupo de amigos y compañeros de aventuras que nos íbamos a casar (lo que ya de
por sí era novedoso y desafiante para todos) pero además nos veníamos al extremo
sur del país, a 3000 km
de distancia de esa querida Buenos Aires donde hasta entonces habíamos vivido.
Éramos
conscientes que estábamos dejando todo aquello que era nuestra vida hasta ese
momento. Todo aquello de valor tangible e intangible. Renunciar para seguir lo
incomprensible, lo desconocido, lo que entusiasma y a la vez asusta.
Claro
que habían presiones que ayudaban a esa decisión, como problemas de relación
con las dos familias y rechazo a la pareja que formábamos, sueldos que no
alcanzaban para nada más que el vivir diario, etc.
De
alguna forma los primeros discípulos también fueron obligados a traspasar los
muros por la persecución. Eso inició el crecer y la multiplicación de una
iglesia incipiente.
Nunca me
voy a olvidar de las miradas. Alrededor de 50 personas apiñadas alrededor
nuestro en el aeroparque de Buenos Aires quebradas por la emoción, pensando y
diciendo que los esperáramos, que nosotros éramos la punta de lanza y que luego
ellos nos seguirían.
Claro
que la mirada de esos ojos también reflejaba incoscientemente en muchos la
tristeza de reconocer en su interior que nunca lo harían, que no se animaban,
que no estaban dispuestos a sacrificar esa vida de siempre rodeada por lo
conocido, por lo que si bien no significaba ningún desafío, tampoco ponía en
juego ningún apego.
Y está
bien que sea así, claro.
El sueño
adolescente de un puñado de pichones de hombre alrededor de una cebada de mate,
de pronto se convertía en una realidad absolutamente posible si uno se animaba
a abrir las alas y levantar vuelo.
Ya
entonces empujados por la necesidad exterior y por un incomprensible llamado
interior hicimos con mi flamante esposa (sin saberlo) nuestro primer viaje
misionero.
Y
partimos al sur, a esta desconocida Río Gallegos, mucho más distante de Buenos
Aires que ahora, porque no había celulares ni líneas telefónicas (para hablar a
larga distancia había que ir a la oficina de la compañía telefónica y pedir
turno de comunicación con 12 horas de anticipación) ni rutas asfaltadas que
permitieran el fluido tránsito de automóviles y micros de larga distancia.
Un
pueblo completamente desconocido que había que buscar en el mapa de Argentina
yendo muy, muy abajo y cuyo anonimato sólo pudo cambiar en los últimos años
porque esta ciudad dio un presidente a esta bendita Argentina y eso puso a Río
Gallegos en el ombligo y la mirada del mundo.
En
muchos aspectos nunca volvimos.
Una
parte de nosotros murió en aquella despedida en la estación aérea dando lugar
al nacimiento de algo nuevo… de alguien nuevo.
Claro
que hemos viajado a nuestros afectos cientos de veces en estos 3 1 años. Muchos de nuestros
familiares y amigos nos han preguntado en tantas oportunidades: “¿cuándo
vuelven?” ignorando que no
hay forma de volver. Que hubo un final y un principio, un muerte y un nacimiento.
Posiblemente
así pase con todos, porque el reloj se sigue moviendo y los días pasan. Con
muchos de aquellos chicos y chicas del movimiento juvenil nos hemos vuelto a
ver muchas veces y hay que reconocer que ni ellos ni nosotros somos los mismos
(y no sólo en el aspecto físico).
Durante
una cena hace unos días le decía a una joven que la vida tiene un significado distinto
para cada uno. Hay personas que piensan en tener un trabajo estable que
represente un sueldo seguro a fín de mes, casarse y tener hijos. Esto se
convierte en el centro de sus vidas.
¿Está
mal?
Creo que
no, de hecho yo me casé y con mi esposa criamos tres hermosos hijos que hoy ya
son adultos.
Pero de
una u otra forma, Adriana y yo siempre fuimos por más. Nunca nos quedamos
conformes con lo vivido.
Es que
el asunto era y sigue siendo empujar las paredes, correr las fronteras, mover
más allá las estacas. Tratamos de justificar cada segundo de vida que nos es
regalado.
Creo que
además ambos hemos aprendido que dar al otro es la mejor forma de sentirse
pleno.
Como
decía arriba, salirse de la zona de comodidad y confort para buscar el plus, el
valor agregado que justifique el estar en este mundo.
Seguramente
que hemos cometido muchos errores y pagado un precio por ellos. Sin duda que
hemos discutido mucho sobre si tomar tal o cual sendero (y lo seguimos
haciendo). Hasta la visión respecto del servicio misionero es en muchos
aspectos distinta en mi esposa que la que yo puedo tener. Pero nos sabemos
caminantes, y no ha dejado de entusiasmarnos aquello que nos espera detrás de
el próximo paso.
Hablo de
un sentido para la vida independiente de lo que suceda de la piel para afuera.
Una razón que justifique decir: “¡Gracias
por haber vivido!” más allá de todo lo ajeno a nosotros mismos que nos haya
tocado vivir.
Este que
viene por delante es otro sueño de Dios que se concreta en nosotros. A mitad de
2007 durante un culto de misiones en la iglesia donde me congregaba, subió una
señora argentina de piel blanca vestida con las ropas típicas de Senegal.
Acababa de llegar de una experiencia misionera de corto plazo (dos meses) en
ese país de África. Compartió videos, fotografías y relató su propia
experiencia vivida junto a unos veinte argentinos de distintas iglesias.
Salí de
esa reunión llorando y pidiendo confirmación al Señor por lo que estaba
sintiendo. Mónica (es el nombre de aquella misionera) estuvo en casa
compartiendo con mi esposa e hijos lo vivido.
Allí
comenzó esto que con la ayuda de Dios se concretará este mes de enero
próximo.
Ayer
hablábamos con otro viejo compañero de aventuras sobre todo lo que habrá para
contar a nuestro regreso.
Seguramente
que sí, pero le pido a Dios mucho más que eso. Le pido en este momento que abra
los ojos de tu alma para que puedas ver que tienes un par de alas. ¿Las ves?
Te animo
a que las despliegues y comiences a moverlas para levantar vuelo. De alguna
forma si lees, independientemente de tu edad, estado de salud, profesión o
situación económica, es porque Dios te ha soñado en el equipo y equipado para
la aventura.
¿Vienes?
Hechos
1:8 pero
recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la
tierra.
HECTOR SPACCAROTELLA
RIO GALLEGOS, ARGENTINA
DICIEMBRE DE 2010
hectorspaccarotella@yahoo.com.ar