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General: El sueño misionero Por Héctor Spaccarotella
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: comunidadwebjec  (Mensaje original) Enviado: 10/01/2011 06:27

El Sueño misionero

Por Héctor Spaccarotella


 

He estado pensando desde hace un tiempo en lo que significa para mí este viaje próximo a un país tan lejano física y también espiritualmente como Senegal.

¿Cuál es la motivación? ¿Cuál es el objetivo, la necesidad incumplida adentro mío que me lleva a esta “locura” a ojos de muchas personas con las que hablo?

Claro que podría utilizar un montón de frases hechas o dichas por otros, que den una explicación lógica y hasta profesional del porqué; como cristiano y lector de la Biblia he leído una y otra vez las palabras de Jesús invitándome a salirme de mi zona de comodidad, a cruzar las fronteras de la conocida “Jerusalem” donde están mis afectos, mi vida de todos los días, mi congregación, mis líderes que me acompañan y me guían, mi familia.

Los muros de la ciudad de Jerusalem me protegen y me siento seguro. Esto alcanza para la mayor parte de la gente y está bien que sea así… pero no es mi caso. Probablemente lo sea en otros aspectos de mi vida, como esa necesidad casi obsesiva de aferrarme a las rutinas diarias.

Pero desde jóven siento un impulso a salir a Samaria y más allá.

El llamado, la invitación y la visión que Jesús pone en un cristiano como parte de su Iglesia es el enorme desafío de caminar allí donde no hay caminos, en esas zonas donde por alguna razón hay alguien que espera mi abrazo, mis palabras, el contenido de lo que llevo en el morral de mi alma.

Pienso mucho en todo esto, porque es una situación límite, de la que no se regresa. Estos días de fín de año estoy rodeado de familiares y amigos a los que existe una posibilidad de que no vuelva a ver, porque no regrese físicamente de este desafío misionero en un país 94 % musulman o porque la realidad a vivir cambie tanto mi vida que me transforme de tal modo que ninguna fotografía, filmación o narración pueda explicar eso que Senegal puso en mi corazón.

Ya pasé por eso antes, cuando en 2008 participamos de una experiencia misionera en la nación de los indios Terena, en el Pantanal (Mato Grosso do Sud Brasil). Filmé 6 DVD, entre todos hay disponibles más de 1000 fotografías. Nunca alcanzaron, nunca fueron suficientes para que los oyentes del relato pudieran percibir con suficiente realidad lo que habíamos vivido.

Todavía hoy dos años después sigo teniendo sueños nocturnos con aquellos indios, todavía están en mis oraciones y sigo tratando de tener noticias de ellos, cosa imposible porque viven aislados en medio de la selva de la región brasileña vecina a Bolivia.

Aquella fue sin duda una experiencia misionera llena de errores, mal organizada y con objetivos confusos por parte de los líderes que la organizaron. Pero más allá de eso, el haber estado allí adorando a Dios y orando por personas que hablan una lengua completamente desconocida para mí, el abrazarme con niños, recorrer esas humildes casas y sentarme a comer a sus mesas ha impactado mi vida para siempre.

Pensé que podría compartir una anécdota de aquella experiencia a tono de ilustración:

Todo el asentamiento de estas 6 aldeas con alrededor de 20.000 indios está ubicado en un gigantesco pantano. El agua potable es un preciado bien y no es corriente entre las casas. Hay un sistema de distribución casero formado por un tanque en altura y mangueras de goma (sin canillas) que vuelcan el contenido enpequeñas cisternas o baldes en cada hogar.

No hay comercios que vendan agua mineral ni gaseosas o algún tipo de bebida.

Al llegar a la aldea donde viviríamos nos dieron un predio alambrado vecino a una iglesia cristiana indígena. Allí montamos nuestras carpas. La temperatura era agobiante para nuestras costumbres patagónicas, rondando los 45 grados promedio. La iglesia contaba con una construcción de 3 paredes y una pequeña puerta con una letrina a la que había que volcar agua cada vez que se usaba.

En otra pequeña construcción vecina usada como escuela bíblica había una cisterna de pvc sin conexión ninguna para el abastecimiento de agua. Pero siempre amanecía llena. 

Empecé a preguntarme cuál era el secreto, ya que esa cisterna se había convertido en nuestro puente de sanidad (agua para beber, para cocinar, para el sanitario, para higienizarnos).

Un gallo madrugador me despertó alrededor de las 05:30 hs, cuando recién amanecía. Me quedé petrificado al ver una fila de decenas de personas. Hombres y mujeres que venían con un bidón de 10 litros o un balde trayendo agua desde sus casas para llenar nuestro tanque, antes que nos despertáramos y antes de que ellos comenzaran con sus trabajos. Muchas veces la distancia recorrida era de varias cuadras.

Cuando nuestra comunidad de 4 adultos y 12 jóvenes se despertaba para el tiempo de devocional y desayuno, la cisterna estaba llena y no había ningún rastro del proveedor.

Claro que tú que lees te podrás emocionar por mi relato, pero créeme que el vivirlo dio un vuelco en mi alma que me hizo un miembro más de esa comunidad por el resto de mi vida.

Al regreso traté de describir con palabras la experiencia ante personas que me miraban tratando de imaginar lo que es imposible porque el lenguaje verbal no alcanza. Lo compartí en forma escrita, en programas de radio, en ruedas de amigos y familiares.

Todos escuchaban con atención, pero solamente puede entender en plenitud lo vivido aquel cuyos pies caminaron entre estos preciosos seres humanos.

 

El escribir me ayuda a reflexionar sobre pensamientos que no tienen respuesta todavía (y no sé si la tendrán alguna vez, quizá no sea eso lo importante).

Hace unas semanas Miguel Angel, un viejo amigo que conozco hace 40 años y con el que hice mis primeras armas en Cristo, después de observar una foto mía en facebook me dijo:

 “ esta foto te muestra pintado con tu profunda mirada llena de sueños , la misma de cuando eramos tan jovenes,. !! Mucho me hubiera gustado recorrer tantos caminos de sabiduría que hoy te tiene tan comprometido con tus sueños.

Me conmovió mucho el decir de mi amigo, y pensé que toda la vida es un campo de preparación para lo que ha de venir; sin ese entrenamiento posiblemente no sobreviviríamos a lo que nos toca vivir. Es paso a paso, escalón tras escalón. Dios no permite que pasemos a la etapa siguiente sin haber vivido, madurado y aprobado la anterior. Es que no tendría sentido si así no fuera. Es como ese alumno de universidad que aprueba un examen robando los resultados de internet. ¿De qué servirá luego su título si no se ha conquistado auténticamente? Claro que terminaría teniendo un diploma en la pared, una foto rodeado de sus compañeros de promoción, la alegría de sus familiares… pero a la hora de la verdad esa persona no es el profesional que dice ser.

Lo poco que he aprendido confirma una y otra vez aquello que en otras palabras la Biblia dice: “nada pasa porque sí”… o dicho de otra forma por Heminway: “no preguntes por quien doblan las campanas, están doblando por ti”.

Miré una y otra vez aquella foto de la que habla mi amigo.

Pensé en 1979, cuando formaba parte de un movimiento juvenil en una congregación de Buenos Aires; una treintena de jóvenes llenos de sueños. Mi novia (la que hoy es mi esposa) tenía 18 y yo 20 años.

Vivíamos las aventuras espirituales que podíamos y conocíamos, como el trabajo solidario, retiros espirituales, debates intensos sobe algún pasaje del Evangelio… todo dentro de los muros de la seguridad.

Pero en un mes de febrero Adriana y yo anunciamos a nuestras familias y a todo ese grupo de amigos y compañeros de aventuras que nos íbamos a casar (lo que ya de por sí era novedoso y desafiante para todos) pero además nos veníamos al extremo sur del país, a 3000 km de distancia de esa querida Buenos Aires donde hasta entonces habíamos vivido.

Éramos conscientes que estábamos dejando todo aquello que era nuestra vida hasta ese momento. Todo aquello de valor tangible e intangible. Renunciar para seguir lo incomprensible, lo desconocido, lo que entusiasma y a la vez asusta.

Claro que habían presiones que ayudaban a esa decisión, como problemas de relación con las dos familias y rechazo a la pareja que formábamos, sueldos que no alcanzaban para nada más que el vivir diario, etc.

De alguna forma los primeros discípulos también fueron obligados a traspasar los muros por la persecución. Eso inició el crecer y la multiplicación de una iglesia incipiente.

Nunca me voy a olvidar de las miradas. Alrededor de 50 personas apiñadas alrededor nuestro en el aeroparque de Buenos Aires quebradas por la emoción, pensando y diciendo que los esperáramos, que nosotros éramos la punta de lanza y que luego ellos nos seguirían.

Claro que la mirada de esos ojos también reflejaba incoscientemente en muchos la tristeza de reconocer en su interior que nunca lo harían, que no se animaban, que no estaban dispuestos a sacrificar esa vida de siempre rodeada por lo conocido, por lo que si bien no significaba ningún desafío, tampoco ponía en juego ningún apego.

Y está bien que sea así, claro.

El sueño adolescente de un puñado de pichones de hombre alrededor de una cebada de mate, de pronto se convertía en una realidad absolutamente posible si uno se animaba a abrir las alas y levantar vuelo.

Ya entonces empujados por la necesidad exterior y por un incomprensible llamado interior hicimos con mi flamante esposa (sin saberlo) nuestro primer viaje misionero.

Y partimos al sur, a esta desconocida Río Gallegos, mucho más distante de Buenos Aires que ahora, porque no había celulares ni líneas telefónicas (para hablar a larga distancia había que ir a la oficina de la compañía telefónica y pedir turno de comunicación con 12 horas de anticipación) ni rutas asfaltadas que permitieran el fluido tránsito de automóviles y micros de larga distancia.

Un pueblo completamente desconocido que había que buscar en el mapa de Argentina yendo muy, muy abajo y cuyo anonimato sólo pudo cambiar en los últimos años porque esta ciudad dio un presidente a esta bendita Argentina y eso puso a Río Gallegos en el ombligo y la mirada del mundo.

En muchos aspectos nunca volvimos.

Una parte de nosotros murió en aquella despedida en la estación aérea dando lugar al nacimiento de algo nuevo… de alguien nuevo.

Claro que hemos viajado a nuestros afectos cientos de veces en estos 3            1 años. Muchos de nuestros familiares y amigos nos han preguntado en tantas oportunidades: “¿cuándo vuelven? ignorando que no hay forma de volver. Que hubo un final y un principio,  un muerte y un nacimiento.

Posiblemente así pase con todos, porque el reloj se sigue moviendo y los días pasan. Con muchos de aquellos chicos y chicas del movimiento juvenil nos hemos vuelto a ver muchas veces y hay que reconocer que ni ellos ni nosotros somos los mismos (y no sólo en el aspecto físico).

Durante una cena hace unos días le decía a una joven que la vida tiene un significado distinto para cada uno. Hay personas que piensan en tener un trabajo estable que represente un sueldo seguro a fín de mes, casarse y tener hijos. Esto se convierte en el centro de sus vidas.

¿Está mal?

Creo que no, de hecho yo me casé y con mi esposa criamos tres hermosos hijos que hoy ya son adultos.

Pero de una u otra forma, Adriana y yo siempre fuimos por más. Nunca nos quedamos conformes con lo vivido.

Es que el asunto era y sigue siendo empujar las paredes, correr las fronteras, mover más allá las estacas. Tratamos de justificar cada segundo de vida que nos es regalado.

Creo que además ambos hemos aprendido que dar al otro es la mejor forma de sentirse pleno.

Como decía arriba, salirse de la zona de comodidad y confort para buscar el plus, el valor agregado que justifique el estar en este mundo.

Seguramente que hemos cometido muchos errores y pagado un precio por ellos. Sin duda que hemos discutido mucho sobre si tomar tal o cual sendero (y lo seguimos haciendo). Hasta la visión respecto del servicio misionero es en muchos aspectos distinta en mi esposa que la que yo puedo tener. Pero nos sabemos caminantes, y no ha dejado de entusiasmarnos aquello que nos espera detrás de el próximo paso.

Hablo de un sentido para la vida independiente de lo que suceda de la piel para afuera. Una razón que justifique decir: “¡Gracias por haber vivido!” más allá de todo lo ajeno a nosotros mismos que nos haya tocado vivir.

Este que viene por delante es otro sueño de Dios que se concreta en nosotros. A mitad de 2007 durante un culto de misiones en la iglesia donde me congregaba, subió una señora argentina de piel blanca vestida con las ropas típicas de Senegal. Acababa de llegar de una experiencia misionera de corto plazo (dos meses) en ese país de África. Compartió videos, fotografías y relató su propia experiencia vivida junto a unos veinte argentinos de distintas iglesias.

Salí de esa reunión llorando y pidiendo confirmación al Señor por lo que estaba sintiendo. Mónica (es el nombre de aquella misionera) estuvo en casa compartiendo con mi esposa e hijos lo vivido.

Allí comenzó esto que con la ayuda de Dios se concretará este mes de enero próximo. 

Ayer hablábamos con otro viejo compañero de aventuras sobre todo lo que habrá para contar a nuestro regreso.

Seguramente que sí, pero le pido a Dios mucho más que eso. Le pido en este momento que abra los ojos de tu alma para que puedas ver que tienes un par de alas. ¿Las ves?

Te animo a que las despliegues y comiences a moverlas para levantar vuelo. De alguna forma si lees, independientemente de tu edad, estado de salud, profesión o situación económica, es porque Dios te ha soñado en el equipo y equipado para la aventura.

¿Vienes?

 

Hechos 1:8  pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.

 

HECTOR SPACCAROTELLA

RIO GALLEGOS, ARGENTINA

DICIEMBRE DE 2010

hectorspaccarotella@yahoo.com.ar




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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: MARIME Enviado: 10/01/2011 12:46

aplastar códigos de felicidad

 
Espiritualmente esta lectura nos hace pensar en el trabajo realizado y por comenzar....
te agradezco el compartir esta lectura con nosotr@s....
 BENDICIONES .....
Marime


 
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