Examen de Honestidad
En el colegio se hacían muchas trampas. Un día nuestro profesor de matemáticas, antes de distribuir los cuestionarios, nos dijo: Hoy quiero hacerles dos exámenes: uno de geometría y otro de honestidad. Espero que aprueben ambos. Si uno les sale mal, que sea más bien el de geometría. En la carrera de la vida tendrán más oportunidades de aplicar los principios de honestidad que de utilizar los teoremas.
De muchas maneras y de un momento a otro, debemos pasar un examen de honestidad. Por ejemplo, ¿qué hacemos en el supermercado cuando la cajera se equivoca y nos devuelve más de la cuenta? ¿Acaso pensamos: «Después de todo es su error, no el nuestro»? Y cuando completamos la declaración de la renta, ¿omitimos algún ingreso? Quizás pensamos: nadie lo va a verificar…
Mi profesor tenía razón. El comportamiento moral de una persona es mucho más importante que el nivel de sus conocimientos o de sus ganancias. Primero es necesario que seamos sinceros ante Dios. A él es imposible hacerle trampa, porque “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Aceptemos hacer nuestras cuentas con él. Procuremos “hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres” (2 Corintios 8:21).
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