“De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús”.
Gálatas 6:17
En este capítulo de Gálatas, Pablo se gloría en la cruz de Cristo. A través del caminar cristiano, muchas fueron las experiencias que tuvo Pablo. Marcas profundas quedaron no solamente en su piel, sino también en su corazón. Lo persiguieron, azotaron, apedrearon y fue a la cárcel por predicar la verdad que había conocido.
¡Sí! En nuestro caminar cristiano somos marcados, en el proceso de sanación a veces quedan cicatrices por las heridas profundas que recibimos. Pienso en Jesús y no puedo evitar conmoverme. Porque mientras estuvo en la tierra, aún cuando estaba rodeado de multitudes, estuvo solo. Aún sus propios discípulos no alcanzaban a entender el propósito por el cual había venido y el misterio del Calvario, que era darnos salvación y libertad. Lo comprendieron luego de la ascensión de Jesucristo al cielo, pero mientras estuvo cerca de ellos, ellos no lo comprendieron a cabalidad.
¡Cuántas veces en el camino nos hemos sentido a punto de desmayar! ¿Cuántas veces el dolor ha parecido insoportable e insostenible? Llegó un momento en el que Pablo declaró que su cuerpo y corazón llevaban y revelaban el poder y la gracia de Cristo en su vida. Las preciosas marcas del evangelio, las espinas que a veces se incrustan, son las que nos llevan a una total dependencia de Dios. A través de las experiencias que recibimos en este caminar aprendemos a confiar en Dios con los ojos cerrados. Desarrollamos esa certeza segura que nos hace saber que si estamos en sus manos podremos resistir y sobreponernos a cualquier cosa que se nos presente porque pertenecemos a Dios.
Mis marcas me recuerdan que ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Que él me da vida cuando creo desfallecer y morir para que continúe alabándole y glorificándole. Me llevan a refugiarme entre sus brazos. Y permiten que no olvide que un día me encontraré cara a cara con Aquel que dio su vida por mí porque me amaba. Anhelo verlo, sonreírle y decirle: “¡GRACIAS!” Gracias porque tu sangre preciosa me dio liberación y vida. Con tu muerte, me diste entrada a tu presencia y tu presencia es lo más grande que he experimentado. Las marcas de tu presencia y amor en mi vida son las que han hecho la gran diferencia en mí.
Tu toque es lo que me hace ser feliz.
Autora:
Brendaliz Avilés