Frutos
Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. 2 Pedro 1:8.
El viento soplaba, aquella tarde, vestido de brisa mansa, refrescando el inicio caliente del verano de Massachusetts. Acostado en una red, Paco veía la vida pasar. Y, aunque le gustaba la comodidad, se sentía "basura". Fue él quien usó la expresión, al describirme su vida antes de conocer a Jesús. Nada existe peor que la improductividad. Te aniquila; te hace sentir nada. Hoja seca llevada por el viento; arena sin vida, en el desierto de una existencia vacía. Paco había intentado muchas cosas. Nada le daba resultado. Últimamente, dejaba que la esposa trabajase sola, a fin de sustentar el deteriorado hogar, y los dos niños pequeños. A él le incomodaba esa situación, pero había perdido cualquier motivación para seguir luchando. El evangelio llegó a su vida cuando pensaba que todo estaba perdido y no existían ya más horizontes para él. Inesperadamente, sin quererlo ni buscarlo. Mal sabía él que Jesús lo estaba buscando hacía mucho tiempo. Al conocer a Jesús y aceptarlo como su Salvador, empezó a sentir una fuerza interior desconocida. No provenía de él; llegaba desde lo alto, era divino. Y aquel hombre fracasado y cansado de vivir, se transformó en un gigante con ganas de vencer. El versículo de hoy explica lo que sucedió con Paco. El apóstol Pedro habla de frutos: "Si estas cosas están en vosotros no os dejarán estar ociosos ni sin fruto", dice. ¿Qué cosas son las que deberían estar en ti, para que tu vida sea fructífera? Si lees los versículos anteriores, verás que allí se menciona la fe, como la fuente de todas las virtudes cristianas. La fe no es algo que tú fabricas. No lo logras cerrando los ojos y concentrándole en algo que deseas que ocurra. La fe es un regalo divino; la obtienes a medida que cultivas el compañerismo diario con Jesús. En cierta ocasión, un hombre necesitado buscó a Jesús con una súplica: "Señor, aumenta mi fe". Tú también puedes hacerlo, y el Señor te oirá. No salgas hoy para enfrentar los desafíos que te esperan allá, afuera, sin tener la certidumbre de que Jesús no es solamente tu Dios, sino también tu mejor amigo y compañero en momentos tristes o felices. Y recuerda: "Si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos, ni sin fruto".
Que ellos vean
Haz conmigo señal para bien, y véanla los que me aborrecen, y sean avergonzados; porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste. Salmo 86:17.
¿Qué señal? ¿De qué señal habla el salmista? De la obra prodigiosa de Dios en favor de sus hijos; de la acción libertadora de su poder. Porque, lamentablemente, vivimos en un mundo en que el enemigo se deleita en traer dolor a quienes temen al Señor. Para eso se vale de instrumentos humanos: seres que no tienen en cuenta a Dios para nada; que se deleitan en hacer sufrir a los seguidores de Jesús. Los puedes encontrar en todos los lugares: en el centro de trabajo, en el vecindario, en la escuela y, muchas veces, inclusive, en medio de la familia. Es gente que, por ningún motivo, intenta perjudicarte, se coloca en contra de ti y te provoca. Personas que se alegran con tu desdicha y se entristecen con tus victorias. ¿Adonde van los hijos de Dios en esos momentos? David acudía a Dios, se escondía en los brazos del Padre eterno, y recibía de él ayuda y consuelo. La palabra "ayuda", en hebreo, denota el sentido de fuerza, cuando sientes que ya no tienes más fuerzas, y la palabra "consuelo" tiene la connotación de la madre que sopla la herida del hijo que llora de dolor. ¿No son dos figuras maravillosas? Dios jamás hará por ti lo que es necesario que tú hagas por ti mismo. Él te ayudará, te fortalecerá y, al mismo tiempo, te consolará. Y ¿cuál será el resultado? Te levantarás para continuar la jornada; seguirás adelante aunque tus pies sangren y te duela el cuerpo; avanzarás, con la certidumbre de que no estás solo. Y todo eso se transformará en victoria. Pero, el versículo de hoy indica que la victoria de los justos se transforma en afrenta, para los enemigos de Dios. Las obras de victoria, en tu vida, son como marcas, cicatrices que hablan de una historia de lucha. En algún momento, el enemigo te hirió, te hizo sangrar; en algún momento estuviste a punto de desanimarte y abandonar el camino. Pero, Dios te consoló, te ayudó, y llegaste victorioso al término de la experiencia. Por eso, hoy, que tienes delante de ti los desafíos de un nuevo día, vuelve tus ojos a la promesa divina. El Señor jamás te prometió que en esta vida no enfrentarías el dolor, pero te aseguró que sus obras de victoria serían una realidad en tu vida. ¿No es maravilloso? Entonces, di hoy al Ayudador: "Haz conmigo señal para bien, y véanla los que me aborrecen, y sean avergonzados; porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste".
Que Dios te bendiga
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